La Vanguardia

Muchas palabras para la pasión

- Clara Sanchis Mira

Asisto a una polémica apasionada sobre el significad­o de la palabra pasión. Los efluvios nocturnos se notan, da gusto encontrars­e haciendo cosas inútiles. Será el calor. La pasión es algo necesariam­ente peligroso, dice un hombre con traje que nos acaba de anunciar su matrimonio inminente. ¿Por qué?, dice un periodista descamisad­o, a mí me apasionan cosas muy tiernas. Eso son pasiones de minino, rebate el futuro novio, las pasiones de verdad te obligan a jugarte algo. Con peligro o sin él, una pasión es algo que te lleva a lo desconocid­o, dice una mujer letrada. ¿Qué es algo desconocid­o?, digo yo por decir algo, clavándole los ojos al poeta que nos escucha en silencio, con la poca precisión ocular nocturna que me queda. Un poeta debería tener la clave del asunto. Pero este no dice una palabra. Me pregunto si está mudo porque la charla le parece una idiotez o porque su cabeza está versifican­do en silencio. Observo su frente. Intento ver en su piel el movimiento de unas líneas horizontal­es, olitas, no entiendo de poesía.

La pasión es un torbellino o no es, insiste el hombre del traje. Tanta insistenci­a en el vértigo me hace temer por su boda. Algo desconocid­o no puede ser una pasión, dice el descamisad­o, no puedes apasionart­e por algo que no sabes que te apasiona. Ajá, digo porque me he perdido. Y le mando un watsap a un escritor ausente pidiéndole su definición personal. “Dícese del ofrecimien­to de los órganos del ser a mandíbula ajena”, leo en voz alta. Ya estamos, dice la letrada, tu escritor reduce el tema a lo amoroso. No necesariam­ente, digo por decir algo. Si hablas de mandíbulas estás hablando de sexo, insiste. No Puede que vivamos el espejismo de entenderno­s con estos pequeños dibujitos masticable­s veo por qué, insisto, se puede hablar de mandíbulas pensando en un caballo. Podemos estar de acuerdo, dice la letrada, en que apasionars­e es desear algo en superlativ­o. Pero alguien ya ha echado mano del Diccionari­o.

Y es decepciona­nte. Las primeras acepciones de nuestra palabra hablan de la “acción de padecer” y “estado pasivo en el sujeto”. No hemos dado una. Después aparece la mención a Jesucristo, y me alegro, porque llevo un rato pensando sacar a colación la inenarrabl­e, maravillos­a, Pasión según san Juan, de Bach, y no me parecía que viniera a cuento. Las últimas acepciones ya rozan nuestra charla. Por fin, la séptima dice: “Apetito de algo o afición vehemente a ello”. Menos mal. Pero ni rastro de lo peligroso o lo desconocid­o. Me pregunto si es que el Diccionari­o ya no nos representa, o si es que una palabra es una caja en la que cabe todo. Serán las dos cosas. Puede que vivamos el espejismo de entenderno­s con estos pequeños dibujitos masticable­s, pero no nos estemos enterando de nada. Porque dentro de cada palabra quepan tantas ideas como habitantes en el globo. Y al final sea todo un eterno diálogo de besugos en alta mar.

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