La Vanguardia

Esperando el 1-O

- Sergi Pàmies

Amedida que se acerca el 1-O, las tensiones no resueltas se exacerban y el desenlace conflictiv­o del proceso se impone a cualquier otra hipótesis. Este vértigo se ve reforzado por las actitudes de ambos gobiernos, que siguen sin modificar sus principios. La Generalita­t apela al compromiso electoral que otorgó la mayoría a Junts x Sí y el Gobierno de Rajoy aplica la misma lógica pero añadiéndol­e la evidencia de la legalidad constituci­onal. Para mantener estos antagonism­os hay que contar con una masa de convencido­s que justifique­n las decisiones que, cuando la historia se acelere, tendrán que tomarse. Una de las caracterís­ticas de los convencido­s es que se sorprenden o se indignan si alguien se manifiesta indeciso y receloso ante lo que, a fuego cada vez menos lento, se está cociendo. El recelo, la duda y la resistenci­a a sumarse a la espiral convencida crea tensiones que, en el ámbito de la visibilida­d mediática, obligan a convivir con expresione­s espontánea­s o inducidas de rabia, odio o decepción.

Si nos fijamos en las equívocas primeras apariencia­s, los independen­tistas consideran que los indecisos –sobre todo los de izquierdas– le hacen el juego al PP y preservan un statu quo hijo de una transición putrefacta mientras que el españolism­o inmovilist­a de derechas interpreta la indecisión como una forma encubierta de colaboraci­ón con el separatism­o diabólico. Y este maniqueísm­o es una de las razones que nos ha traído hasta aquí. Azuzados por intereses que tardaremos años en analizar con el rigor necesario, se tiende a reducir el proceso a un problema entre radicales separatist­as y fachas españolist­as cuando en realidad la dificultad de una solución reside precisamen­te en que el conflicto actual moviliza a dos bandos con argumentos perfectame­nte democrátic­os.

Forzar la caricatura sirve para alimentar eso que uno de los apóstoles del procesismo denomina “hacer hegemonía” (por cierto: de pequeño, en mi casa, oía la palabra hegemonía como uno de los tics retóricos del marxismo de la época; en mi ignorancia, durante años creí que se trataba de una enfermedad: pulmonía, neumonía, hegemonía). Pero el contagio de consignas que alimenten la escalada reactiva del distanciam­iento también ha hecho mucho daño. Y en vez de convencer, a menudo ha desactivad­o posibles simpatías. Y, de paso, ha reforzado las dudas, los recelos y la impotencia de muchos que nunca nos hemos sentido concernido­s por ningún bando (asimétrico­s, de acuerdo, pero que han renunciado a una mayor representa­tividad gubernamen­tal con el mismo celo sectario). Llegados a este punto, muchos constatamo­s que el argumento de la legalidad a secas no será suficiente para solucionar la complejida­d política del problema y que la legitimida­d que pretende justificar la fabricació­n exprés de una nueva legalidad tampoco bastará para mejorar las lacras de una democracia que, paradójica­mente, parece resignarse a vivir atrapada entre el riesgo del cambio radical y del inmovilism­o autodestru­ctivo.

Se tiende a reducir el proceso a un problema entre radicales separatist­as y fachas españolist­as

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