Fresca y jovial
El XXI es el gran siglo cinematográfico de Spiderman. En el 2002, 2004 y 2007, Sam Raimi dirigió una trilogía espléndida (mención especial a Spider-man 2, la más brillante de las tres) con un muy adecuado Tobey Maguire como protagonista. El realizador Marc Webb y el actor Andrew Garfield retomaron la franquicia desde cero, lo que hoy se llama reboot ,en un díptico nada desdeñable, The amazing Spider-man (2012 y 2014). Y el año pasado, Spiderman tuvo una aparición estelar entre la fauna superheroica de Capitán América: Civil war bajo las facciones de Tom Holland, el niño de Lo imposible, respectivamente siete y nueve años más joven que Maguire y Garfield la primera vez que encarnaron al personaje.
Este rasgo juvenil juega a favor de Spider-Man: Homecoming, pues el interés central de la película es precisamente su adolescencia, su inexperiencia. Peter Parker tiene superpoderes, sí, y la liga de Los Vengadores lo sabe, y tanto Tony Stark/Ironman como su mano derecha Happy lo vigilan y protegen como a un bebé. El acierto de la película de Jon Watts, realizador hasta la fecha de obras presupuestariamente modestísimas (Clown y Cop car), está en haber sabido conciliar, equilibrar, la comedia juvenil de instituto, pletórica de escenas ingeniosas y gags jugosos, y la epopeya de superhéroes de altos vuelos, con un par de deslumbrantes escenas de acción, una en el monumento de George Washington, la otra en un ferry de Staten Island. El humor se acentúa con las divertidas comparecencias del Capitán América y con una atinada, irónica reflexión sobre los extras que invariablemente aparecen en estos productos tras los interminables créditos finales (un poco de paciencia, pues). Impecable el villano a cargo de quien en tiempos pretéritos fuera superhéroe, Michael Keaton, tan inquietante y amenazador en la escena en el interior del coche como en De repente, un extraño. San Stan Lee puede estar satisfecho: SpiderMan: Homecoming es una película fresca, jovial, ágil y tónica, de lo mejorcito de la escudería Marvel.