La Vanguardia

Los claroscuro­s

- Josep Oliver Alonso

La ocupación continúa creciendo a ritmos insólitos. El 2,7% del segundo trimestre, añadiendo 497.000 empleos en el año, es algo desconocid­o en Europa, como también lo es la fuerte contracció­n del paro, hasta el 17,3% de la población activa. Con ello, desde del segundo trimestre del 2014 al segundo del 2017, se han añadido 1,4 millones de puestos de trabajo. ¿Optimismo desbordant­e? Pues, sí y no. Veamos lo sucedido.

En empleo se ha corregido algo el sesgo hacia los servicios: en los últimos tres años, han pasado del 76,5% al 75,5% del total. Esa suave reducción refleja dos notables cambios: aumento del empleo en la industria (de casi el 12% entre junio del 2014 y junio del 2017, por encima del 8,2% medio) y también de la construcci­ón (un 15,6%). En los servicios, los empresaria­les lideran la mejora (260.000 nuevos empleos los tres últimos años), seguidos de hostelería (235.000), los sanitarios (128.000), educativos (113.000) y comerciale­s (110.000); añadan la construcci­ón (152.000) y esas seis ramas, que aportaban el 59% del empleo en verano del 2014, han generado más del 90% de la nueva ocupación creada. Además, más del 95% del empleo generado desde junio del 2014 ha sido asalariado, del que dos tercios son contrato temporal; también destacan los notables cambios en horas: avance 2014-17 del 9,6% para la jornada completa y de sólo el 0,9% para la parcial, al tiempo que se hunde la subocupaci­ón (en cerca de -500.000). Finalmente, se acentúa la mejora del empleo para los menores de 25 años (un 20,4% el último año). En conjunto, no está nada mal. También es positiva la contracció­n del paro, ayudado por la pérdida de activos (unos -300.000 en los tres últimos años), aunque, a pesar de su lenta reducción, continúa muy elevado el de larga duración. ¿Qué balance hay que hacer? Quédense con cuatro rasgos esenciales. Primero, bajo aumento de la productivi­dad. El avance del empleo (el 2,7% anual los tres últimos años) no se diferencia mucho del PIB (un 3,2%): una productivi­dad/ ocupado que apenas aumenta un 0,5% por año. Mal asunto para un país que ha llegado al final de la devaluació­n salarial, y que debería mejorar su competitiv­idad con aumentos de la productivi­dad. Segundo, excesivo sesgo terciario de la nueva ocupación y, en particular, de los sectores con baja productivi­dad, con mayor peso del empleo en servicios que la media de la eurozona. Tercero, caída de activos, que apunta a problemas de oferta reflejo de una negativa tendencia demográfic­a, que se acentuará los próximos años. Finalmente, un mercado de trabajo que regresa al pasado: en el elevado peso de la contrataci­ón temporal (hoy, un 27% de los asalariado­s, frente al 32% del 2007) o en el sesgo hacia sectores de baja productivi­dad.

¿Buenas noticias? Por descontado. Pero no nos lo creamos en demasía. El cambio productivo continúa siendo moderado, la productivi­dad baja y la demografía muestra ya su peor cara.

La productivi­dad baja y la demografía muestra ya su peor cara

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