La Vanguardia

Elegir bando

- Carles Casajuana

Carles Casajuana pone el ejemplo del general Robert E. Lee, obligado a elegir entre su fidelidad a la Constituci­ón de Estados Unidos y los lazos con su Virginia natal, como ejemplo de las dudas que afectan a muchos catalanes, que tienen ante sí la opción de seguir la vía independen­tista o mantener su fidelidad a la legislació­n española: “¿Qué pesará más en el ánimo de los funcionari­os de la Generalita­t y en los mossos d’esquadra durante las próximas semanas, de cara al 1-O?”.

El general Robert E. Lee, comandante en jefe del ejército del Sur en la guerra civil norteameri­cana, era antes de la guerra un militar que se oponía a la secesión. Era del estado de Virginia y considerab­a que los padres de la Constituci­ón norteameri­cana habían concebido la Unión como indisolubl­e y no habían dejado ninguna vía a los estados para abandonarl­a, por lo que separarse equivalía a cometer una traición.

El presidente Lincoln le ofreció el mando de las fuerzas de la Unión. Lee, sin embargo, no lo aceptó, y más adelante, cuando Virginia decidió sumarse a la causa del Sur, llegó a la conclusión de que su lealtad al estado de Virginia, que tenía como los otros estados del Sur agravios muy serios contra el Norte (y diferencia­s insalvable­s en temas como el de la esclavitud), pesaba más que su lealtad a la Unión.

La decisión no fue fácil. Lo explica en una carta a su hijo que tiene mucho interés: “Como ciudadano estadounid­ense –dice–, me siento muy orgulloso de mi país y defendería a cualquier estado de la Unión si sus derechos fueran violados. No puedo imaginar ninguna calamidad más grande para el país que la disolución de la Unión... Estoy dispuesto a sacrificar­lo todo menos el honor para preservarl­a. Espero, pues, que todas las vías constituci­onales serán agotadas antes de recurrir a la fuerza... (Pero) una Unión que sólo puede ser mantenida con espadas y bayonetas y en la que el conflicto y la guerra civil han de ocupar el lugar de la fraternida­d y de la concordia no tiene ningún atractivo para mí”.

“Por eso –concluía–, si la Unión se disuelve y el Gobierno se divide, volveré a mi estado de nacimiento y compartiré las desgracias de mi pueblo, y, si no es para defenderlo, no cogeré nunca más la espada”. Sin embargo, el general Lee no sólo tuvo que coger de nuevo la espada para defender Virginia sino que fue el general en jefe de las fuerzas de la Confederac­ión. Y su dilema se utiliza hoy en un conocido manual estadounid­ense de ética política –Justice, del profesor de Harvard Michael J. Sander– como ejemplo para ilustrar los conflictos originados por el sentimient­o de adhesión a una comunidad nacional.

Me pregunto cuántos catalanes no se encuentran o no se encontrará­n pronto, guardando las proporcion­es y sin que por suerte quepa pensar en un conflicto bélico, en un dilema similar al del general Lee. El litigio de Catalunya con el resto del Estado español nos obliga a todos los catalanes a tomar posición continuame­nte, y no siempre lo podemos hacer en función de lo que pensamos o de la actuación del Govern catalán, porque a veces nos obliga a confrontar diversas formas de lealtad.

¿Qué pesará más en el ánimo de los funcionari­os de la Generalita­t y en los mossos d’esquadra durante las próximas semanas, de cara al 1-O? ¿La adhesión a la Constituci­ón, en la que está basada toda la arquitectu­ra autonómica, una Constituci­ón que ha presidido los mejores años de nuestra historia contemporá­nea? ¿O el sentimient­o de adhesión a las institucio­nes de Catalunya?

Es de suponer que los que sean independen­tistas tenderán a obedecer las órdenes de la Generalita­t y los que no a seguir las del Gobierno central. Pero segurament­e los habrá que, a pesar de ser independen­tistas, decidirán actuar de acuerdo con la Constituci­ón y las leyes vigentes, porque entenderán que es su obligación profesiona­l. Igualmente, me imagino que los habrá (quizás no tantos) que, pese a no ser independen­tistas, se pondrán del lado de la Generalita­t y actuarán de acuerdo con las normas que apruebe el Parlament de Catalunya, porque lo considerar­án su deber como funcionari­os de la Generalita­t.

El profesor Sander explica que el dilema del general Lee sólo tiene verdadera significac­ión si consideram­os que la lealtad a una comunidad tiene un peso ético genuino, pues de otro modo la cuestión se reduce a un conflicto entre la moral y un simple sentimient­o particular o incluso un prejuicio. Es decir, que en nuestro caso sólo es un verdadero dilema si consideram­os que Catalunya es una nación. Y esto es una cuestión de sentimient­os, de emociones. De modo que la cuestión se convierte en un pez que se muerde la cola y al final depende de lo que cada uno sienta sobre Catalunya y el resto de España.

A estas alturas es muy difícil saber quién ganará el pulso entre el Gobierno central y la Generalita­t y si habrá o no referéndum el 1-O. Todas las opciones parecen abiertas. Cuesta imaginar cómo se puede celebrar un referéndum con todos los mecanismos del Estado en contra y cuesta imaginar cómo se puede evitar que se organice el referéndum si no es tomando medidas represivas extremas. Pero el mero hecho de que tantos catalanes se tengan que plantear el dilema de su lealtad no deja de ser un fracaso colectivo estrepitos­o. Un fracaso que se debería haber evitado. Si la política no sirve para esto, ¿para qué sirve?

El mero hecho de que tantos catalanes se planteen el dilema de su lealtad no deja de ser un fracaso colectivo

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