Brexit para rato
Durante esa prórroga los europeos podrán seguir instalándose en Gran Bretaña
Los miembros del Gobierno británico partidarios de una salida suave de la Unión Europea han impuesto su calendario, que retrasa hasta el 2022 la desconexión definitiva, un periodo durante el cual las relaciones entre las islas y el continente no variarán.
Es difícil saber quién está ganando la batalla entre los halcones y las palomas del brexismo. Por un lado, los partidarios de un aterrizaje suave tras el vuelo de salida de la Unión Europea han conseguido que se dé por hecha la necesidad de un periodo de transición de tres años, hasta el 2022, en el que todo seguirá más o menos como hasta ahora. Pero por otro, los abogados de un divorcio categórico han logrado que tanto la permanencia en el mercado único como en la unión aduanera sean opciones prácticamente descartadas.
En el fondo, los duros han aceptado un canje de tiempo por sustancia, una prórroga en la salida para que las empresas tengan margen para adaptarse, los británicos de mentalizarse y los europeos de resignarse, a cambio de que no haya medias tintas, y se haga realidad el mantra de Theresa May, Boris Johnson y compañía de que “Brexit significa Brexit”.
El ministro de Economía, Philip Hammond, ha confirmado la inevitabilidad de un periodo de transición desde marzo del 2019 (la fecha del Brexit) hasta más o menos mayo del 2022, cuando están previstas las próximas elecciones generales británicas, si es que el actual precario gobierno, sostenido por los ultraconservadores protestantes del DUP norirlandés, no cae antes en una moción de confianza y es necesaria una llamada anticipada a las urnas. En cualquier caso, el plan teórico de los tories es aguantar hasta entonces, mantener bajo control sus cuitas y la lucha por la sucesión, no sea que la gente prefiera apostar por el socialismo euroescéptico de Jeremy Corbyn como solución a los problemas del país. Que lo consigan o no es harina de otro costal.
En el nuevo equilibrio de poderes tras la pérdida de la mayoría absoluta conservadora en las pasadas elecciones, Hammond y los brexistas moderados han salido reforzados, pero no lo suficiente para conseguir la permanencia en el mercado único con una fórmula al estilo Noruega o Suiza, en la que el Reino Unido contribuyera al presupuesto comunitario sin derecho de voto y fuera miembro del Espacio Económico Europea y la Asociación Europea de Libre Comercio. A lo más que han llegado es a “vender” un periodo de implementación, para que el coche no se despeñe por el precipicio y las empresas efectúen un éxodo masivo al continente con la consiguiente pérdida de inversión y empleo.
Durante esa etapa de transición, y aunque a los halcones no les agrade demasiado, seguirá habiendo libertad de movimiento de personas, y los ciudadanos de otros países de la UE podrán seguir instalándose en Gran Bretaña con la única condición de poner su nombre en un registro que se abrirá en el Ministerio del Interior. A todo ello, las diferencias entre Londres y Bruselas sobre el estatus de los británicos que residen en el continente y los europeos que viven en el Reino Unido siguen siendo muy sustanciales.
Tanto es así que Michel Barnier, el jefe del equipo negociador europeo, advirtió ayer que en este momento “parece improbable” que en octubre haya habido progresos suficientes en ese tema –así como en la factura del divorcio y la frontera del Ulster– como para que las conversaciones puedan ampliarse al futuro acuerdo comercial. La estrategia de Londres es hacer las mínimas concesiones en esos asuntos hasta el último momento, para que todo forme parte de un único paquete.
El nuevo primer ministro irlandés, Leo Varadkar, ha echado un jarro de agua fría sobre la propuesta británica de utilizar cámaras, registros previos y otros instrumentos tecnológicos para que no sea necesario parar a los vehículos en la frontera. Lo que propone Dublín, y por el momento Londres y sus aliados del DUP rechazan, es que los controles de seguridad se realicen en los puertos y aeropuertos de entrada o de salida.
De aquí al 2022 pueden pasar muchas cosas. Según el primer ministro maltés, Joseph Muscat, que tuvo la presidencia de la Unión Europea en el primer semestre este año, incluso que los británicos se den cuenta de su error y al final no haya Brexit. Visto desde Londres, no parece fácil.
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