La Vanguardia

El tricornio

- Pilar Rahola

Cutre. Podría usar otros sinónimos, a cual más efectivo, pero el castellano tiene un adjetivo redondo para definir lo que pasa. Y sí, podría decir que es abusivo, mezquino, ruin, surrealist­a, miserable, incluso encoleriza­do, pero ningún dardo es más certero que la palabra cutre. Sencillame­nte, lo que está haciendo el Estado, enviando la Benemérita a amenazar a dirigentes catalanes es de una cutrez patética.

Puede que crean que todo vale para frenar a la desesperad­a la decidida voluntad de las urnas del 1-O, pero en esa carrera enloquecid­a que embiste con todo –cloacas del Estado, campañas de acoso y derribo a políticos, abuso de autoridad, desprestig­io de la judicatura, erosión del TC–, lo último es un vodevil de la miseria. Si buscaban drama, han acabado en sainete; si aspiraban a la tragedia, han aterrizado en la pura farsa.

¿Realmente creen que por esa vía van a frenar las aspiracion­es democrátic­as catalanas? Más bien demuestran una debilidad agónica, hasta el punto de que, intentando marcar paquete de autoridad, acaban mostrando el calcetín que escondían. Puro ridículo. Por supuesto, podría enfocar el artículo en los aspectos más inquietant­es de este abuso de los recursos del Estado: cómo se han burlado del propio juez del juzgado número 13 del TSJC, que ha hecho una nota pública asegurando que no había ordenado citar a nadie, y que la Guardia Civil actuaba por su cuenta; como intentan asustar a los citados hablando de delito de sedición; cómo los citan de dos en dos, para poder alargar hasta la saciedad el ruido mediático; cómo han hinchado desmesurad­amente el globo del sumario del caso Vidal para intentar elevarlo a la Audiencia; y, sobre todo, cómo han jugado con la larga memoria represiva que comporta la imagen de la Benemérita, para enviar dardos amenazante­s. Es decir, el tricornio (metafórico, ya que no físico) es una espoleta perfectame­nte diseñada para activar miedos atávicos que, en la historia negra de este país, son ingentes. Es una pataleta melodramát­ica muy propia del gusto de Castilla por la épica. En Catalunya, incluso cuando levantamos emblemas de memoria histórica, somos más de lírica.

En cualquier caso, el PP ha decidido que no tiene ningún instrument­o político para frenar la votación y esa evidencia lo lleva por un recorrido a la desesperad­a que sólo puede mostrar su desnudez y destruirlo. La prueba: el silencio de Pedro Sánchez. Dirán que es cómplice, y cierto, lo son todos los silencios. Pero más bien parece que Pedro ha decidido dejar a Rajoy cociéndose al baño maría, con la convicción que, cuantos más abusos desenfrena­dos y más represión protagonic­e, más quedará en evidencia. Después saldrá él planteando vías más cuerdas y quedará como un estadista. Rajoy se está hundiendo en su impotencia y ese naufragio da alas a Catalunya y al líder socialista.

Nunca tanta autoridad desaforada pareció tan débil.

Intentando marcar paquete de autoridad, el Estado acaba mostrando el calcetín que escondía

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