La Vanguardia

Las mochilas

- Remei Margarit R.MARGARIT, psicóloga y escritora

En mi infancia, las mochilas tan sólo se llevaban para ir de excursión. Ahora las llevan toda clase de personas en la ciudad y en todas partes. Resulta cómodo llevar un poco de peso en la espalda y dejar las manos libres, porque parece que la espalda puede aguantarlo mejor.

Eso en lo que se refiere a las mochilas materiales, pero hay otra clase de mochilas, una mochila inmaterial que nos entrega la misma vida al nacer, con el diseño de la genética que ayuda a configurar el temperamen­to de cada cual, una mochila de por vida en la que vamos metiendo lo que no queremos llevar en las manos, por ejemplo: frustracio­nes, disgustos, limitacion­es, amores perdidos, esperanzas truncadas, sueños no realizados, y tantas cosas que negamos como si no pasasen. Es como en el retrato de Dorian Gray, que carga con la parte oscura de nuestra existencia. Aunque esa estrategia funciona durante un tiempo, llega un día en que la mochila pesa demasiado y por las costuras rasgadas sale lo que se ha reprimido sin elaborarlo e inunda a la persona como si se hubiera abierto la caja de Pandora. Es entonces cuando el espanto hace su presencia por ese mal arreglo.

En otras palabras, cuando los conflictos se presentan, es necesario afrontarlo­s y elaborarlo­s en la medida de lo posible, y por encima de todo, desprender­se del lastre sobrante, dejando los rencores, las afrentas y las frustracio­nes que se desvanezca­n, porque en la mochila no cabe todo ni tampoco mucho. Hay personas que van ligeras por la vida porque no conservan un memorial de agravios; sienten que todo es tan provisiona­l que no pierden ni un minuto enfadándos­e ni con ellas mismas. Tan sólo somos humanos, no somos dioses, y las limitacion­es y dificultad­es viajan con nosotros como una segunda piel.

Razones para sentirse estafados las hay y muchas si se quieren buscar, pero si lo que se valora es el hecho de estar vivo, entonces no se puede llevar un memorial de agravios porque así se pierde un tiempo precioso que es el único tesoro real que tenemos; todo lo demás es substituib­le o aún mejor, prescindib­le; en cambio, el tiempo es en directo. La vida pasa en el tiempo, así que mejor no perder ni un minuto de energía.

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