“Llevé la antorcha del Talía al Molino”
Este voluntario tuvo la suerte de ser también relevista de la antorcha; un objeto que conserva como un tesoro
Gerard Conde desprende energía a cada segundo. A sus 73 años sigue muy activo y siendo parte del cemento que une a aquellos voluntarios de Barcelona’92. Además, tuvo la suerte de llevar un relevo de la antorcha y recuerda que, si bien le tocó de madrugada, cuando bajó del autocar para cumplir su tramo había miles de personas en la calle para acompañar la llama olímpica hasta el Estadi.
Los relevistas iban en un autocar. Allí hizo amistad con Urruti, que era un guasón y se reía de todo. Pero cuando el que fuera portero del Barça y el Espanyol terminó su tramo, se echó a llorar. “Decía que era el humo de la barbacoa que había llevado”, recuerda Gerard.
A Gerard Conde le tocó un trayecto corto en la avenida Paral·lel, entre el solar donde estuvo el teatro Talía y el Molino. Y aunque era de madrugada, había miles de personas en la calle. A él le dio el relevo la que después sería concejal socialista Assumpta Escarp. Su padre había fallecido poco antes, y cuenta que ese día se acordó mucho de él, que miraba al cielo y que creía que estaría muy orgulloso.
Gerard Conde ha sido toda su vida agente comercial del textil, motivo por el cual se hace entender en varios idiomas. Tiene uno de los números de voluntario más bajo, un trescientos, y desde 1990 ya estaba colaborando en la organización de los Juegos. “Velaba por personalidades. Iba al aeropuerto, los recogía y los atendía”. Una vez le tocó encargarse del presidente de la federación de béisbol, que se llamaba Suzuki, “La última noche me invitó a cenar y se tomó no se cuántos platos de paella de bogavante. Yo le decía que le sentaría mal. De madrugada me sonó el busca (entonces no había móviles). Era su hotel y tenía una gastroenteritis. Le llevé al hospital del Mar e indiqué a los médicos que a las ocho lo tenía que dejar en un avión. Le pusieron suero y luego yo mismo le subí a la cabina del aparato. Al cabo de unos días recibí una carta de agradecimiento”.
Durante los Juegos se ocupó principalmente del vicepresidente primero del COI, Michael Gosper, “una persona excelente”; pero a su Audi A6 blindado también subieron otras personalidades, como Mandela. “Me llamaban Tintín, porque mi coche era el 1001. Samaranch era el 1000”. Dinamizador nato, el último día llevó a una tuna al hall del Princesa Sofía, donde se hospedaban los vips.
Gerard irradia optimismo. “Siempre he sido un hombre de suerte”, comenta. Desde entonces, es uno de los voluntarios que cada 25 de julio se reúnen al atardecer bajo el pebetero, para evocar Barcelona’92. Él conserva la antorcha que llevó por el Paral·lel, que no es recargable. Todos los años la prende un poco, a la misma hora que Antonio Rebollo lanzó su flecha. Cree que ya sólo le queda para una vez. Es de esperar que el ocaso de esta llama no sea el final de la memoria de aquella ciudad alegre y olímpica.