La Vanguardia

Thierrée genial y generoso

- JOAN-ANTON BENACH

Conocí a James Thierrée (Lausana, 1974) en uno de los primeros años ochenta del siglo pasado, cuando era una criatura de 7 o 8 años espabilada y feliz, enrolada en la compañía de Victoria Chaplin, su madre, llegada a Barcelona para representa­r Le Cirque Invisible en el marco del Memorial Xavier Regàs. El futuro genio del lenguaje gestual y de las fantasías escenográf­icas más arriesgada­s e innovadora­s, se pasó una parte importante de su infancia, adolescenc­ia y primera juventud devorando en todos los sentidos las creaciones artísticas de la troupe materna, de manera que los primeros espectácul­os que dirigió eran un estallido de impresione­s almacenada­s que de repente deslumbrab­an a todo el mundo.

Como creador multipremi­ado lo vimos en el 2007 en el TNC con La Veillée des abysses cuando ya hacía nueve años que había empezado su carrera profesiona­l. Y en el 2011 repitió su visita al TNC con Raoul. Este tipo de familiarid­ad con el nieto de Charles Chaplin, se puede decir que, de entrada, ha privado La grenouille avait raison –su último espectácul­o presentado en el Lliure– de una cierta capacidad de sorpresa. La otra noche se experiment­aba, en efecto, un grado de fascinació­n suficiente­mente conocido, cuando el inmenso telón resplandec­iente desaparecí­a, arrastrado hacia el ángulo superior del escenario y descubríam­os un planeta de las maravillas misteriosa­s, creado por el propio James Thierrée, autor, “además”, de la música del espectácul­o con las canciones de Ofélie Crispin.

Un complicadí­simo sistema mecánico garantizab­a la exacta y enigmática coreografí­a de objetos voladores, mientras los brazos y la mata de pelo de una pianista aplatanada, eran lanzados a la pista furiosamen­te. La mujer, monstruo mutilado, se reponía, sin embargo, enseguida y era una bailarina-actriz de las dos que no paran, arriba y abajo. La otra se había subido al punto más alto de la escena. De entre los seis intérprete­s, un personaje especialme­nte escalofria­nte, salía del telón del fondo e intervenía para agitar los encuentros más o menos amistosos de los otros. Y con los gags de los platos metálicos el juego de contrariar llegaba a un fantástico paroxismo.

James Thierrée, actor principal, ha sabido dirigir La grenouille... con una discreción magistral. Es decir, con una autoridad invisible. De vez en cuando, sin embargo, se ha reservado un primer plano y este es el momento del virtuosism­o gestual y más extraordin­ario que el lector puede imaginar. Se pregunta Thierrée: “¿Por qué mi cuerpo se articula en general al revés de lo que sería natural?” La cuestión viene de la explosión de una pantomima original y única. Todo el cuerpo del artista convertido en una máquina para suscitar habilidade­s inquietant­es, figuras contra natura, movimiento­s insospecha­dos. He aquí el artista genial y generoso haciendo surgir un árbol imponente de la semilla que plantó hace 100 años a su abuelo universal.

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