La ciudad que duerme cada vez más
Se acercan a la puerta tres tipos de broma peligrosa, como diría Santiago Auserón desde las ondas de Radio Futura. A Simonez Wolf le basta una mirada, un segundo, un suspiro, para saber de que va el asunto. Está acostumbrado.
–Entrada garantizada con invitación del dj.
Si alguien escucha algo así, se puede dar por sentenciado en Le Bain, uno de los clubs de más relumbrón de cuantos funcionan en Nueva York.
Los tres han tenido que hacer una buena cola en esta zona de la parte baja de Manhattan, una hilera humana que se extiende por la calle 13 en dirección al río Hudson.
A pesar de ser hora de juerga, los congregados mantienen el orden. Así que, cuando a estos tres Simonez les dice no –perdón, Simonez nunca dice no, sino su frase ritual, que significa búscate la vida en otro sitio–, es como si nada, pese a las quejas del trío.
Uno de ellos, en especial, es un vacilón. Pero nadie le presta atención. Los que aguardan hacen como que él y sus amigos son invisibles, no sea que su mal fario les contagie. Simonez es el juez de la puerta.
–¿Te duele arruinar la noche a los que barras el paso?
–Depende de ellos. Cuando sales has de entender las normas, es de sentido común. –Ya, pero... –Hay muchos clubs, sólo en el Meatpacking, siete más.
Esto es la noche de Nueva York, famosa en el mundo. El trabajo de Simonez tiene un objetivo: “Control de daños”.