La Vanguardia

ESTO NO ES LA PLAYA

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Desde esta atalaya, cómo no hablar de la noche neoyorquin­a y la cultura del nightclub, algo tan propio de esta ciudad.

Ha llovido mucho desde que, en 1977, Ian Schrager y Steve Rubell abrieron el mítico Studio 54, la madre de todo esto. Cuatro décadas después, Lina Bradford, una de las más festejadas dj de la atmósfera neoyorquin­a, pincha en Le Bain, uno de los locales herederos de aquella gloria.

Sostiene Lina que ahora los clubs se han mercantili­zado en exceso, se ha perdido la espontanei­dad de otra época y, a costa del rendimient­o económico, se han convertido en lugares más aislados.

Y subraya otra evolución que afecta a la idiosincra­sia de la concurrenc­ia. “Ahora mucha gente viene como si fuera a Trader Joe’s”, que por mucho que sus empleados sean superguays, no deja de ser un supermerca­do.

“Todo el mundo tiene una fantasía en su vida y esto se ha perdido”, insiste.

Simonez Wolf, de 43 años, nacido en París y forjado en Londres en el diseño, llegó a Nueva York atraído por ese ambiente de los clubs. Coincide con Dj Lina: “La ciudad y su política han cambiado y esto influye en la noche”, dice.

Además de quejarse del vestuario –“las chancletas son para la playa”–, lamenta que el negocio inmobiliar­io haya convertido a estos sitios en una maquinaria monetaria más que pieza del puzzle cultural. Se imponen otras formas de entretenim­iento.

“El problema es que la ciudad que nunca duerme cada vez duerme más”.

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