Emprendedores
Desde que entendimos que una sardina podía ser tan valiosa como una langosta en un menú degustación; desde que la cocina creativa dejó de exigir etiqueta, caviar y mantel de hilo, quedó claro que toda casa con buen producto, conocimiento y talento podía aspirar a lo máximo y que el lujo ya no sería lo que fue o, por lo menos, no siempre.
Eso lo han asumido los jóvenes restauradores. Como han entendido que la alta cocina no es la única vía –a pesar de la tele, ya no todos quieren ser superchefs– y que no hace falta tener muchos ahorros ni estar en el centro de una gran ciudad para arrancar un proyecto ilusionante, sino echarle ganas y buscar complicidades. Y eso es lo que está impulsando, cada vez más, negocios de emprendedores comprometidos con el lugar en el que trabajan, que entienden la cocina como parte de una propuesta dinamizadora. Fenómenos como el que mostrábamos el lunes en un reportaje de Vivir, sobre la complicidad entre restauradores y elaboradores en El Prat, son un ejemplo de que algo pasa en la cocina. Esta ciudad del Baix Llobregat vive hoy un momento dulce en parte porque hay jóvenes restauradores dispuestos a contagiar su pasión por esa despensa de lujo que han visto en el Parc Agrari y que montan actividades para darla a conocer o que organizan noches de teatro, cine o música en sus restaurantes. El sábado, en las páginas de gastronomía, el equipo de Panoràmic (Montgat), contaba que además de ofrecer sus platos y su cerveza artesana quieren recuperar un espacio olvidado en el que cuentan con una programación cultural propia. En el Troç, sobre el que se escribe hoy, reivindican las tierras del Priorat y aspiran a ser un espacio de difusión cultural. Son sitios donde pasan cosas.
Durante el agosto no se pierdan esta columna, con las opiniones de grandes chefs. Desde el próximo sábado: El gusto es suyo