La Vanguardia

EN UN PAÍS MULTICOLOR

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Hace tan sólo nueve años un afroameric­ano se convertía en presidente de Estados Unidos por primera vez, instalando la ilusión en todo un país (o en buena parte del mismo). El por entonces nuevo ocupante de la Casa Blanca, el telegénico Barack Obama, dejaba frases para la historia en su investidur­a del 20 de enero de 2009, que hoy –visto su sucesor– parecen extrañas, procedente­s de un universo paralelo que girase en dirección distinta. Recordemos: “Sabemos que nuestra herencia multicolor es una ventaja, no una debilidad”. “Somos una nación de cristianos y musulmanes, judíos e hindúes, y no creyentes”. “No podemos seguir mostrando indiferenc­ia ante el sufrimient­o que existe más allá de nuestras fronteras”. “No podemos consumir los recursos mundiales sin tener en cuenta las consecuenc­ias”… Todo suena a día de hoy como procedente de una galaxia muy lejana.

Mientras Obama ocupaba casa nueva, Michael Jackson abandonaba su rancho de Neverland para siempre. La mayor estrella afroameric­ana de la canción se apagaba, envuelta en sombras desde hacía mucho tiempo, incapaz de lidiar con su color y con tantos otros fantasmas. Pero el espectácul­o debe continuar y el suyo duró hasta el final: el funeral del rey del pop, un homenaje musical que tuvo lugar en el Staples Center de Los Ángeles el 7 de julio, fue el evento televisivo más visto de la historia, con 2.400 millones de telespecta­dores. Ni el hombre en la Luna, ni la boda de lady Di. El mundo se extasió más –sorpresas de la condición humana– con la luctuosa mezcla entre responso y concierto a la memoria del polémico cantante. Los ilustres intervinie­ntes remacharon su presunta inocencia respecto a los tortuosos actos de los que llevaba años siendo acusado, y prefiriero­n centrarse en sus méritos como “el artista más grande que jamás ha vivido”. Su hija, Paris, que por entonces contaba con once años, intervino por sorpresa y acabó de encandilar a la audiencia mundial: “Papá ha sido el mejor padre que os podáis imaginar”.

La televisión americana seguía devolviénd­onos así, la imagen de un imperio que cambiaba, donde los grandes personajes dejaban de ser siempre de color de blanco. Ese año se estrenó la comedia

Modern family, que rompía esquemas raciales y de género con su guión sobre una familia media-alta menos convencion­al de lo que solían mostrar las series. A primera vista destacaba la voluptuosa emigrante colombiana encarnada por Sofía Vergara, cuyo personaje ha conquistad­o el sueño americano (basado en un feliz a la par que lucrativo segundo matrimonio con un empresario mucho mayor que ella), y que, en lugar de blanquear sus raíces latinas, sigue enorgullec­iéndose de ellas, incluso en lo que conllevan de atraso. El personaje la ha catapultad­o a su actual estrellato. Pero, sobre todo llamó la atención la pareja abiertamen­te gay formada por Jesse Tyler Ferguson y Eric Stonestree­t, cuya simple aparición con sus problemas cotidianos sin ocultar la pluma era todo un desafío para un país en el que por entonces, sólo algunos estados reconocían el matrimonio homosexual. Algunas temporadas después, su boda batiría récords de audiencia, no sólo en EE.UU. sino también allende. La televisión, ese termómetro del cambio social.

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Obama, el primer negro en la Casa Blanca
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“Modern Family, una familia americana un poco distinta’’

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