Sin bajar del coche
Lo ‘retro’ y la tecnología atraen al público hacia la gran pantalla, sin salir del coche, cerca del centro de Madrid
El autocine de Madrid, el más grande de la Península, llena su aforo en verano, que aúna un aroma retro con el placer de ver una película con la capital como bello telón de fondo.
Esta noche, en la explanada del autocine Madrid no cabe un coche más. Ponen Pulp Fiction y desde las ocho una orquesta está dando un concierto con los temas de la cinta. La proyección empieza a las diez; falta poco. Alrededor del espacio donde toca la banda, el dinner con decoración yanqui y las tres furgonetas donde se venden perritos y bocadillos también están a tope; lo mismo que las mesas del exterior. El sol baja ya por detrás de los edificios lejanos, entre los que descollan las prepotentes pero bellas Cuatro Torres de Madrid, y poco a poco los clientes van volviendo cada cual a su coche para ver a Travolta y compañía sobre 250 metros cuadrados de pantalla al aire libre.
El autocine de la capital, creado hace seis meses, pasa ahora la prueba de fuego que el verano madrileño es para todo negocio al público. No parece ir mal. Ya su apertura y su continuidad son una hazaña. Pues ya se sabe hasta lo difícil que se ha puesto llevar a la gente al cine. Y no es sólo que los precios de las entradas, las plataformas de televisión y los televisores cada vez mayores retengan al espectador en el sofá; es que en cuestión de estrategias para atraer al personal a la gran pantalla ya está todo inventado. Por eso, cuatro socios decidieron relanzar aquí la fórmula que tanto triunfó en Estados Unidos en los 50.
No es el primer autocine de Madrid, aclara la copropietaria Cristina Porta. Ya en 1959 hubo uno, el Motocine Barajas, pero sólo duró unos meses: por falta de demanda (sólo el 5% de la población tenía coche) y, según algunos cronistas, por reticencia de los funcionarios franquistas ante el riesgo de “conductas indecorosas” en el lugar. El autocine Madrid RACE –lo patrocina el Real Automóvil– tampoco es el primero en España, sino el séptimo por detrás de los que hay en Valencia, Alicante, Denia, Gijón, Getxo y Torrelavega, aunque sí es el más ambicioso, con un aforo de 1.700 espectadores y 350 coches.
El encanto de lo antiguo se combina aquí con las ventajas de lo nue- vo. Bajo la pátina estética retro, los avances disponibles se adaptan a las exigencias del público 2.0. Así, el sonido de la película se escucha por FM; puedes encargar comida desde el móvil, y el proyector, digital, es un Christie 2232: el Ferrari de estos aparatos.
Al lugar ha venido hoy un hombre influyente del cine español, Enrique Lavigne, productor de Lo imposible, entre otras. Es asiduo desde que vino con sus hijos en mayo. Y le saca punta a la experiencia: “Aparte de que aquí puedes ver el atardecer más bonito de Madrid, esto me parece una buena reconstrucción nostálgica de cómo se veía el cine cuando empezó la competencia con la televisión”
Abierto hace seis meses, es el más ambicioso de España con un aforo de 1.700 espectadores y 350 coches