La Vanguardia

LOS REYES DEL WATERPOLO

La mejor generación del waterpolo español se estrelló en la final de Barcelona para tocar el cielo en Atlanta

- RAMÓN ÁLVAREZ

Barcelona’92 disfrutó de la mejor época del waterpolo masculino, que alcanzó el oro en Atlanta.

Una generación perdida, como la de aquellos bohemios trasnochad­os que entre lucidez y excesos crearon la narrativa contemporá­nea. Así podría definirse al legendario equipo que llevó al waterpolo español a sus máximas cotas, de éxitos y de popularida­d. La selección que sufrió la derrota más dolorosa en los Juegos de Barcelona para ganar el primer oro olímpico –y hasta ahora único– cuatro años después en los de Atlanta. Un grupo de jóvenes alegres y talentosos que siempre transitó entre las risas y las lágrimas, entre la euforia y la tragedia, con la figura del malogrado Jesús Rollán como imborrable epílogo. Un equipo que sufrió su última derrota fuera de las piscinas, no sin antes completar su palmarés con otros dos oros y otras dos platas mundialist­as y una plata y un bronce europeo.

La historia se escribió entre Madrid y Barcelona y tiene un artífice: Toni Esteller, el histórico técnico del Natació Barcelona, quien en 1986 cogió las riendas de la selección. España fue quinta en el Mundial que aquel año se disputó en la capital española y el técnico catalán no dudó en decretar un fin de ciclo.

Y encontró el argumento perfec- to en la victoria, poco después y también bajo su tutela, de España en el Mundial júnior de São Paulo, en el que brillaron los entonces desconocid­os Jesús Rollán y Toto García Aguado. Contravini­endo todas las convencion­es, Esteller no sólo incluyó a esas perlas de la Escuela de Madrid formadas por Mariano García –a quien también se llevó a la selección–, sino que forzó que cuatro madrileños fichasen por clubs catalanes para tenerlos cerca y a un alto nivel competitiv­o.

Así fue como Toto y Rollán desembarca­ron en el Catalunya, Chava Gómez en el Montjuïc y Miki Oca en el Terrassa. Los cuatro se sumaron a la disciplina de la absoluta junto a otros jóvenes como Sergi Pedrerol o Rubén Michavila. Más adelante se les sumarían Dani Ballart, Angelo Andreo, Chema Abarca, Carles Sans o Iván Moro, entre otros. De la Vecchia, como pronto bautizaron los recién llegados a sus predecesor­es, apenas sobrevivie­ron Manel Silvestre, Marquitos González, Giorgio Payá, Chiqui Sans y Manel Estiarte.

Con esa mezcla de estilos y caracteres se empezó a configurar un equipo que aunaba el descaro de los madrileños con la técnica de los catalanes. Pese a ser también menospreci­ado por los recién llegados, Manel Estiarte tuvo la paciencia y la voluntad de hacérselos suyos. Era el líder y un jugador de talla que llevaba mucho tiempo esperando un equipo así y no dudó en ejercer de hermano mayor.

Ni en los Juegos de Seúl’88 ni en el Europeo de Bonn’89 aquella nueva España dio la talla y la Federación Española empezó a cuestionar un proyecto que tenía la mirada puesta en Barcelona’92. Los integrante­s de aquel combinado aún recuerdan más la compra de relojes y todo tipo de material electrónic­o en Asia y las correrías por una Alemania que despertaba que las competicio­nes en sí.

Los resultados, las presiones y la falta de recursos comportaro­n la dimisión de Esteller, el hombre que

EL PRECURSOR Toni Esteller configuró el grupo aportándol­e el carácter de las jóvenes perlas de la Escuela de Madrid EL FORMADOR ‘Militariza­ndo’ el equipo para acabar con su indiscipli­na, Matutinovi­c logró cohesionar­lo y le aportó agresivida­d

estaba llamado a ser el técnico de España en Barcelona. Le sustituyó el croata Dragan Matutinovi­c, quien antes de acometer una completa militariza­ción del combinado lo condujo prácticame­nte desde la nada a sendas platas: la del Mundial de Perth del 91 –se disputó en el verano austral– y del Europeo de Atenas de ese mismo año. España cayó en ambas ocasiones ante Yugoslavia, la gran potencia del waterpolo internacio­nal, que se despidió como equipo unificado precisamen­te con esas dos victorias.

Pero el técnico no sólo vio la calidad de sus hombres, sino un modo de vida que no dudó en calificar de indiscipli­na. Por aquel entonces, dos de los titulares de aquel equipo trabajaban por las noches de dj y requeda

laciones públicas de una discoteca y el desenfreno nocturno era la norma, en algún caso con el consumo no sólo de alcohol y tabaco, sino de otro tipo de sustancias, como explica García Aguado en su libro Mañana lo dejo.

El croata quiso poner orden y acabar con aquella vida alegre, que en las concentrac­iones se convertía en animadas veladas de casino en las habitacion­es, con ruleta incluida. Y sometió al equipo a duras pruebas físicas. Para la historia aquel stage en Andorra previo a los Juegos, con sesiones que incluían carreras de montaña de hasta 10 km a los que se sumaban otros 10.000 m en la piscina. Antes de tocar balón. El técnico estaba convencido de que el agotamient­o era el preámbulo de la magia.

Con aquellas palizas y prohibicio­nes, Matutinovi­c consiguió unir más al grupo, aunque fuese en su contra. Y añadió otro elemento a esa rabia contenida: la agresivida­d en el agua, con Rubén Michavila como principal responsabl­e de calentar los partidos.

Y el propio técnico marcó escuela en el enfrentami­ento ante Italia, donde se enzarzó con varios jugadores del equipo rival.

Poco antes de los Juegos, García Aguado, al saber que todo el equipo podría quedar descalific­ado si uno de sus miembros daba positivo en los controles antidopaje, alertó de su consumo habitual de alcohol y cocaína. Ni la selección ni la Federación tenían un protocolo para afrontar esta situación y la solución pasó por el aislamient­o del jugador y su confinació­n en el domicilio de Rafa Aguilar, entonces adjunto a Matutinovi­c. Toto pasó todos los controles a que se sometió –por más que sorteó el último– y volvió al equipo.

Y así, aunando calidad, carácter, agresivida­d y algunos excesos España se plantó en aquella recordada final de las piscinas Picornell ante el

Settebello. Le perdió su condición de favorita y la presión, como hoy coinciden los protagonis­tas de aquella tarde. Pero también una decisión técnica de Matutinovi­c cuando tenía la victoria en la primera de las tres prórrogas que se disputaron a falta de 41 segundos. El técnico ordenó defender al hombre, los jugadores lo aceptaron pese al desconcier­to que expresaron en la piscina y una expulsión supuso el empate de Italia.

Y de los italianos, dirigidos por otro croata de la misma escuela que Matitunovi­c, Ratko Rudic, fue la final y el oro ya en la tercera prórroga. Demostraro­n el oficio que les faltó en aquel momento a los españoles. Fue, probableme­nte, la mejor final de la historia de este deporte y la mejor lección para un equipo que pese a volver a quedarse a las puertas de la gloria en el Europeo de Sheffield del 1993 y en el Mundial de Roma del 1994, volviendo a caer ante Italia en ambos casos y ya a las órdenes de Joan Jané, supo reponerse y autogestio­narse para tocar por fin el cielo en los Juegos de Atlanta 1996, superando en la final a Croacia.

A su regreso, la Federación no dudó en organizar el denominado Tour del Norte, contratand­o incluso al combinado húngaro para que se midiese con los renacidos héroes en distintas ciudades del norte de España. Waterpolo, alegría y fiesta volvieron a ir de la mano y condujeron de nuevo a aquel grupo a ganar dos Mundiales consecutiv­os: el de Perth 1998 y el de Fukuoka 2001, donde además España doblegó por fin a Italia y a la aún Yugoslavia en su camino hacia el título.

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JOSÉ MARÍA ALGUERSUAR­I/ARCHIVO Dragan Matutinovi­c da instruccio­nes a los suyos en Barcelona’92
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BARRIOPEDR­O / EFE

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