Barcelona’92
Me parece que no hay nadie –con uso de razón– que del 86 al 92 –y algunos antes– viviera en Catalunya y no tenga recuerdos ligados a los Juegos. Y eso sin necesidad de haber hecho de voluntario ni haber asistido a ninguna competición. El cambio que sufrió la ciudad, en primer lugar, y el éxito en su desarrollo y el brillo de los resultados –tanto en el deporte como en el espectáculo y la organización–, en segundo lugar, les aseguraron un lugar de privilegio en nuestra historia personal.
La mía está ligada al “Barcelona”, en catalán, de Samaranch; a la foto del grupo del viaje a Suiza del verano del 87 detrás del dibujo con piedras en el cauce de un río del símbolo de los Juegos; la visita a las obras del anillo olímpico –que no me quise perder a pesar de estar recién operada– porque era una ocasión única gracias a un conocido, y un tour turístico por la nueva Barcelona guiado por un amigo geógrafo que hace muchos años que no veo y que me parece que fue mi estreno de las rondas y la mejor explicación de cómo se puede ver, en las calles de una ciudad, la historia y las posibilidades de transformación que da o quita el urbanismo.
Después ya vinieron las muchas horas delante del televisor, aparte de las ceremonias, más competiciones de las que nunca he vuelto a ver. Y en mi caso, como colofón, la asistencia en vivo a los Juegos Paralímpicos que fueron –a pesar de la diferencia de público– de los más llenos de la historia.
La ilusión definió el proyecto para la ciudadanía y así cada uno lo hizo suyo; implicado o no, más lejano o más próximo a los acontecimientos. Y aparte del trabajo bien hecho –muy bien hecho–, este elemento ha sido, desde mi perspectiva, el sello distintivo de estos Juegos de Barcelona. No es que las otras sedes olímpicas no hayan tenido esta misma emoción, pero aquí se convirtió en un sentimiento de identidad de país para presentarnos al mundo; y sin saberlo, o planificarlo, de orgullo de pertenencia colectiva.
Estos días ha vuelto a quedar bien claro con los muchos testigos que hemos visto en varios medios de comunicación y también en casa y en el trabajo, o con los amigos, donde las conversaciones han devuelto los recuerdos personales al presente.
No estaríamos donde estamos ahora, en más de un sentido –y aquí lo menos importante es el deportivo–, sin los Juegos Olímpicos del 92.