La Vanguardia

Benidorm, una industria perfecta

El modelo turístico de la ciudad se confirma como más sostenible y menos depredador

- SALVADOR ENGUIX

Existe una tendencia a demonizar Benidorm, a criticar el modelo urbanístic­o de una ciudad plagada de rascacielo­s; se le suele llamar la “Nueva York del Mediterrán­eo”, en ocasiones en tono despectivo. Son, casi siempre, ataques a una estética arquitectó­nica en vertical, donde pernoctan al año más de tres millones de personas en sus decenas de miles de camas en sus elevados hoteles. Y suele remitirse, entonces, a la añoranza hacía aquel pequeño pueblo de los años cincuenta de pescadores y agricultor­es.

Pero a esas críticas hay que contrastar los hechos y algunas realidades. Benidorm es al turismo “lo que la botella de litro a la Coca Cola”. La afirmación pertenece al urbanista y sociólogo José Miguel Iribas (1950-2015), una de las personas que mejor estudió y valoró el desarrollo histórico de Benidorm. Con su afirmación, Iribas dejaba claro tres cosas: Benidorm es una industria, Benidorm es el resultado de una planificac­ión bien pensada durante décadas y Benidorm es la ciudad más sostenible del Mediterrán­eo.

Sí, puede parecer extraña esta última afirmación, pero los datos son concluyent­es. La ciudad concentra el 45% de la renta turística valenciana, pero sólo ocupa el 1% del territorio. Es un modelo “en vertical”, no extensivo, como es el caso de, por ejemplo, Torrevieja (a la que no le queda un palmo de tierra por construir). La “verticalid­ad” permite una mejor gestión del espacio público (todo lo que necesita el turista lo tiene dentro del hotel, a pocos metros de las playas), de los recursos hídricos y hasta la policía tiene fácil la labor de vigilancia.

Es, por lo tanto, una ciudad pensada de principio al fin para el turista, un gran parque temático del ocio de todo tipo: para el joven, para la gente mayor y para las familias. Todos tienen la oportunida­d de encontrar lo que buscan, desde fiestas salvajes hasta veladas tranquilas; pero siempre bajo un estricto control en el que unos y otros se molestan poco.

Y se trata de una fórmula sobre la que hubo un amplio consenso en establecer­la en los años cincuenta, con Pedro Zaragozá Orts de alcalde, un visionario. Fue él el que impulsó el Plan de Ordenación Urbana que sentó las bases del actual Benidorm: era, a decir verdad, una idea revolucion­aria. Un urbanismo orientado a la playa, de grandes avenidas orientadas al mar, y preparado para la construcci­ón de hoteles en vertical.

A la idea, a la que se sumaron pronto agricultor­es y pescadores pues el negocio prometía, se añadieron otras decisiones innovadora­s. Como la de lograr que se permitiera el uso del bikini por parte de las turistas en las playas, o el Festival de Benidorm de la canción (que sirvió de catapulta a Julio Iglesias). Cuando en otros muchos lugares de España aún no se sabía qué hacer con el turismo, en Benidorm la maquinaria ya estaba engrasada. Pero como desde el principio se entendió como una industria se invirtió también tiempo y dinero en la formación; tanto de los empresario­s del sector como de los profesiona­les.

El sociólogo y pionero del ecologismo Mario Gaviria es también un claro defensor de Benidorm, la ciudad de la Comunidad Valenciana sobre la que menos críticas ha habido durante el boom del ladrillo. Porque Benidorm ha ido creciendo, pero en vertical, cada vez con más rascacielo­s, con hoteles que son los más altos de Europa y con la vocación de seguir atrayendo a turistas de todo el mundo, de todas las edades, durante todo el año.

De aquel pueblo idílico de campos cultivados y barcos de pescadores no queda nada. Pero hoy Benidorm es al turismo lo que la Coca- Cola al consumo de refrescos: una industria perfecta.

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