La Vanguardia

Vacaciones

- JOAN DE SAGARRA

El martes, 1 de agosto, comienzo las vacaciones. Unas vacaciones que ya no duran tres meses, desde sant Joan a la Mercè, aquellas vacaciones que ya no volverán, pero que uno se obstina en seguir llamándola­s así, aunque ahora tan sólo duran unas semanas, a lo máximo un mes. El martes me viene a buscar un taxi para llevarme a Espot, un pueblo del Pallars Sobirà, en la falda del Estany de Sant Maurici. Dos horas y media de recorrido (320 euros. El año pasado me cobraron 300, pero, al parecer, todo sube de precio). Hace 57 años que voy a Espot. El pueblo ha cambiado mucho desde aquel verano de 1960 en que lo descubrí, pero mi hotel, el Saurat, sigue allí, y el río junto a él, y el hermoso valle con sus abetos. Y eso me basta. En 1960 fui a Espot de vacaciones –excursione­s, a pie, a los lagos; las chicas de Toulouse, el pick-up, las partidas de petanca, de ping-pong, de naipes; las largas conversaci­ones con Carles Soldevila o con aquél simpático pintor de París cuyo nombre no recuerdo, la pesca de truchas…–; ahora voy a descansar. En Espot no paso calor, duermo con una manta y respiro mejor. Y como muy bien, en el Juquim (sic).

Voy a Espot para huir de mi barrio inundado de turistas. Turistas, también los hay en Espot –el pueblo vive de ellos–, pero no me molestan como aquí: el hotel, mi terraza, me protege de ellos. Aparecen y se van, no como aquí que los tienes prácticame­nte dentro de casa, vomitándot­e en el ascensor. Paseo poco, antes paseaba más, ahora me canso. Pero algo paseo: sé dónde encontrar frambuesas y algunas setas, a mediados de agosto, si ha llovido. Años atrás, disfrutaba de lo lindo cazando mariposas, pero, últimament­e, con las motos se hace difícil encontrar tal o cuál de ellas. Cuando era un chaval, recorría cada mañana el paseo de la Bonanova para ir al colegio de los Jesuitas, en Sarrià, y recuerdo que los meses de mayo y junio, el paseo –entonces torres y jardines– estaba lleno de mariposas. Hoy no hay ninguna. Pues algo parecido ocurre en Espot: para pillar un Parnassius apollo tienes que ir a Sant Maurici. Pero allí no te dejan que la caces (y, para mayor inri, esta mariposa es hoy una especie protegida). Afortunada­mente, los pájaros siguen allí.

En Espot voy a descansar. Nada de televisión, nada de radio, nada de ordenador, nada de móvil. ¿Diarios? Sí, el Segre, La Vanguardia y El País (en Espot no llega la prensa extranjera). Y libros, sin libros no sabría vivir. Este año me llevo dos tomos (1.186 páginas) con los artículos de Bernard Frank (19292006), escritor y periodista francés por el que siento una especial debilidad: Vingt ans avant (sus crónicas en el Matin de París, de 1981 a 1985) y 5, rue des Italiens (sus crónicas en Le Monde, de 1985 a 1989), ambos editados por Grasset. La mayoría de estas crónicas, me las sé de memoria pero me agrada releerlas. Como me ocurre con el tercer libro que me llevo: el cuarto tomo de las Obras Completas de G. K. Chesterton: biografías de Robert Browning, Dickens, Chaucer, George Bernard Shaw, Robert Louis Stevenson… editadas por Plaza y Janes, con traduccion­es de Marià Manent y Pau Romeva, entre otros. Una delicia. También me llevo música (CD): Coltrane y Cole Porter. A eso le llamo yo descansar. Con un buen habano y una botella de Connemara, peated single malt, whiskey irlandés. Y, si se tercia, una conversaci­ón con una guapa moza normanda sobre el parecido del presidente Macron con Boris Vian –parecido físico, cierto, pero nada más– o una partida de billar americano con unos chicos de Brighton que ignoran, pobrecitos, con quién se la están jugando (rara vez pierdo).

Lo dicho, me voy a Espot a descansar, a huir de mi barrio, de los turistas y sobre todo del dichoso procés. Estoy hasta las narices del Govern, el nuestro, y del de Madrid. Me indigna el que la clase política no haya sabido o no haya querido cumplir con su obligación: sentarse a discutir y hallar una solución al conflicto. Porque el conflicto es real. Y cuando hablo de clase política, me refiero a unos y a otros. Tanto me carga el señor Rajoy y sus leyes, el respeto a las leyes, como el señor Puigdemont cuando me habla de convertir a Catalunya en una nación libre, independie­nte, sin decirme cómo, apoyándose en un referéndum sin ningún tipo de garantías. Hay días en los que pienso que al señor Rajoy le importa un comino lo que piense una parte de los catalanes, que lo único que le interesa es ganar la batalla para que el Bruselas le sigan sonriendo, y otros en los que pienso que al señor Puigdemont y compañía les importa un carajo lo que piense una parte de los catalanes mientras él y los suyos puedan fabricarse una imagen de mártires, de patriotas ejemplares. ¿Qué ocurrirá el 1 de octubre? ¿Votaremos? ¿Acabará todo en unas nuevas elecciones con el señor Junqueras de president? No lo sé. Pero sé que el conflicto está ahí y ahí seguirá. ¿Qué este conflicto nos lleva a la independen­cia? No necesariam­ente, antes hay que sentarse y hablar, con ganas de hablar, unos y otros. ¿Lo veré? Chi lo sa! Pero, mientras tanto, me voy a descansar, lo mismo que les deseo a ustedes, amigos lectores. Nos reencontra­mos el 3 de septiembre.

PS. Les recomiendo Dunkerque, la película de Christophe­r Nolan. Excelente película, sólo que no aparecen por ninguna parte los 40.000 soldados franceses sacrificad­os en el frente y sin los cuales la operación Dynamo no hubiese sido un éxito. Hay momentos en los que uno llega a pensar que los ingleses están solos frente al enemigo, que solos están mucho mejor que acompañado­s. ¿Brexit?

Nada de televisión, nada de radio, nada de ordenador, nada de móvil, sólo diarios; y libros, sin libros no sabría vivir

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MERCÈ GILI / ARCHIVO El hotel Saurat, en Espot, destino vacacional del autor de La Terraza
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