La Vanguardia

Oro en la cabeza

- Llàtzer Moix

Anadie le gusta quedarse calvo. La alopecia comporta la pérdida de un atributo juvenil. Fomenta entre quienes la sufren los peinados imposibles, los trasplante­s de pelo (que quedan siempre mal) y los bisoñés (que quedan peor). A nadie le gusta desprender­se de lo que fue suyo. Y menos aún si estaba a la vista de todos. La sicalíptic­a Mae West decía que también un hombre bajito, regordete y medio calvo gusta a las mujeres si tiene fuego en su interior. Pero cuando un hombre ve su coronilla extenderse en todas direccione­s, lo que cree tener en su interior no es fuego sino un parásito que le come las raíces del pelo y lo mata.

La calvicie da pues algunos disgustos, cuya gravedad relativiza­n posteriore­s pérdidas. Pero en países como Mozambique, Malawi o Tanzania la calvicie puede suponer además una condena a muerte. Allí algunos creen que los hombres calvos son ricos. Y que tienen oro en su cabeza. Hay quien les decapita para pillar esa supuesta riqueza intracrane­al.

En los últimos tiempos, según contaba The Times, se han registrado tres casos de este tipo. Del mismo modo que los albinos han sido en Mozambique tradiciona­l objeto de ataques –35 asesinatos en los dos últimos años–, ahora los calvos ganan posiciones como víctimas de la superstici­ón y la codicia. Algunos albinos a los que se atribuían poderes mágicos fueron asesinados, troceados y reducidos a pócimas, muy apreciadas por ciertos brujos. Lo de los calvos es más pedestre: se cree que ocultan metal precioso en su cabeza y que basta arrancárse­la y hurgar dentro para enriquecer­se.

Se trata de una superstici­ón terrible, desde luego. Y muy dolorosa para quien la sufre en carne propia. Pero, vista desde la seguridad occidental, la idea de que lo que tenemos en la cabeza –el cerebro– es oro tiene su lado positivo. Porque el cerebro es, quizás, una de las partes del cuerpo humano a la que nuestra cultura entregada al fitness presta menos atención. Se gastan fortunas en el cuidado del cutis (y después en bótox y cirugía plástica). Se invierten años de gimnasio para lograr unos pectorales abombados y unos abdominale­s planos. Nuestra civilizaci­ón cuida mucho las apariencia­s. Rechaza el tabaco para salvar los pulmones, limita el alcohol para preservar el hígado, y rediseña la dieta para conservar otras vísceras… Pero el cerebro parece haber quedado relegado al final de la cola. Su cultivo ya no goza del prestigio social de antaño. La imagen desplaza a la palabra, los dispositiv­os móviles a los libros, la inmediatez a la reflexión. Y en todos esos desplazami­entos el cerebro corre riesgo de perder terreno… En efecto, nuestra civilizaci­ón se preocupa mucho por las apariencia­s. ¿Será por eso que nos preocupa más quedarnos calvos que muscular el cerebro? Quizás. En fin, no todo son malas noticias. La buena es que, a este paso, el cerebro perderá poco a poco valor y podremos viajar a Mozambique sin miedo a que nos lo roben.

El cultivo del cerebro ya no goza del prestigio social que tuvo en otras épocas

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