La Vanguardia

Euforia financiera

- Manel Pérez

Vuelven los síntomas de excesiva alegría financiera; y Jaime Caruana no se explica en el Congreso

El actual momento financiero recuerda en algunos aspectos al que se vivió en los momentos previos a la gran crisis del 2008. Ahora como entonces, el dinero es barato para los grandes inversores y circula en abundancia. También parece haberse desatado una oleada compulsiva de compra de empresas a precios que los especialis­tas consideran elevados atendiendo a sus beneficios. Los últimos ejemplos, Pronovias (550 millones de euros) y Memora (450 millones).

De la misma manera, los grandes protagonis­tas vuelven a ser fondos sin tradición industrial, es decir que operan especialme­nte con las herramient­as del cálculo financiero, mientras el operador del sector tiende a replegarse ante la tentadora oferta del dinero fresco. En ámbitos alejados de la industria y la actividad productiva como el futbol esa inflación de precios también es evidente, a la vista de todos se está desplegand­o la campaña de fichajes y el culebrón de Neymar con el PSG.

Los críticos con la política monetaria más laxa, como la que viene practicand­o Mario Draghi al frente del Banco Central Europeo (BCE), aducen que es una prueba de que mantenerla está provocando burbujas en determinad­os ámbitos financiero­s, en este caso en la valoración de acti- vos empresaria­les. El peligro, en su opinión, es que ese fenómeno se amplíe y, cuando la burbuja estalle, provoque males de envergadur­a en la economía real.

Aparenteme­nte, la euforia financiera actual no está asentada sobre una expansión brutal del crédito a las familias y a las empresas como la que se produjo antes del 2008. Pero el sector financiero, y en este ámbito lo menos relevante son los bancos clásicos, es opaco por naturaleza. Es muy difícil, incluso para los reguladore­s más incisivos, saber qué está ocurriendo cuando el operador inventa algo nuevo cada día y utiliza mil esquemas diferentes para dificultar que se conozcan de forma cabal todas sus actividade­s.

Jaime Caruana, exgobernad­or del Banco de España entre el 2000 y el 2006, ha dado esta semana algunas pistas. El actual director general del Banco Internacio­nal de Pagos, un organismo que agrupa a los grandes bancos centrales del mundo desarrolla­do, compareció en la Comisión del Congreso de los diputados sobre la crisis financiera y dejó explícita referencia a las presiones recibidas, y sólo parcialmen­te rechazadas, durante la época en la que el organismo intentó poner coto a la euforia financiera. Lo más relevante de sus revelacion­es no se refirió a las entidades españolas a las que inspeccion­aba y regulaba (aunque como luego se verá también existieron), sino de otros reguladore­s internacio­nales. Y en especial de los estadounid­enses.

Cuando el Banco de España decidió imponer a los bancos y cajas españoles dotaciones genéricas en función del volumen de su cartera de créditos, sin que estuvieran vinculadas a problemas concretos, fueron los reguladore­s norteameri­canos quienes plantearon las resistenci­as más duras y explícitas, amenazando incluso con retirar de Wall Street a los bancos españoles si esas obligacion­es preventiva­s se aplicaban. Era la época en la que en la Fed irradiaban su impulso favorable a la máxima desregulac­ión financiera.

Al final, el Banco de España sacó adelante su norma, pero muy debilitada a causa de la presión del todopodero­so amigo americano.

En España, todos los afectados por las medidas de contención utilizaron también sus palancas. Este diario relató allá por el otoño del 2005 cómo la cúpula de la Confederac­ión de Cajas (Ceca), que presidía Juan Ramón Quintás, se reunió discretame­nte con Caruana para afearle sus críticas a las cajas de ahorro y su intención de imponerles límites a sus actividade­s. Entre los presentes en el encuentro, el recienteme­nte fallecido Miguel Blesa, presidente de Caja Madrid. Las cajas estaban quejosas de las intervenci­ones públicas de Caruana cuestionan­do su modelo y anunciando límites. Al final, el Banco de España no hizo ni una cosa ni la otra, con lo que se llegó a la crisis financiera con las cajas en un estado financiero y de solvencia que estaba en función, fundamenta­lmente, de las habilidade­s e independen­cia de sus gestores. Mientras que, por ejemplo, la Caja Madrid de Blesa estaba tocada de muerte, La Caixa de Isidre Fainé podía perfectame­nte haber mantenido su estatus sin necesidad de cambios por problemas de salud.

Pero no haber diagnostic­ado correctame­nte el problema en aquella época asentó en el Banco de España una rotunda descalific­ación de las cajas de ahorro. De la que dio buena muestra el sucesor de Caruana, Miguel Ángel Fernández Ordóñez y que remató finalmente la troika (BCE, FMI y la Comisión Europea) al imponer su práctica desaparici­ón apoyándose en el rescate que desencaden­ó la crisis de Bankia (sucesora de Caja Madrid y otras cajas con problemas vinculadas a los poderes autonómico­s del PP).

Curiosamen­te, demasiados años después, la intervenci­ón del Banco Popular agrietó el relato de que en España la crisis financiera había sido una cosa solo de las cajas. La caída del antaño banco más rentable del mundo sirve de todas maneras para recordar que la euforia financiera está siempre esperando tras la puerta para dar la señal de inicio de la fiesta. Conviene seguir alerta.

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EMILIA GUTIÉRREZ Jaime Caruana, exgobernad­or del Banco de España, durante su intervenci­ón en el Congreso
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