La Vanguardia

Un nuevo aprendizaj­e

- Josep Lluís Micó

Josep Lluís Micó destaca el contraste entre la forma de trabajar de las grandes compañías tecnológic­as, que tratan en apariencia de romper la jerarquía tradiciona­l, con el sistema de enseñanza universita­rio, que mantiene los criterios clásicos: “Se huye de la idea del paraíso frío incluso en las políticas de recursos humanos. Por esta razón, la relación con la jerarquía es fluida –al menos, en apariencia–; la formación que se reclama a los aspirantes es elevada, pero luego se actualiza a cargo de la empresa”.

La economía digital invierte mucho esfuerzo en mostrar su humanidad. Las oficinas de los gigantes tecnológic­os –Google, Facebook, Amazon, Apple– son alegres. Aunque su producción se desarrolle en países pobres bajo durísimas condicione­s para los trabajador­es, sus laboratori­os de ideas y sus almacenes en nuestras ciudades están bien decorados y atendidos por personal de lo más simpático.

La comida y la bebida en muchas de estas sedes, de Silicon Valley a Barcelona, son gratis. En las instalacio­nes hay espacios recreativo­s, gimnasios… Los desplazami­entos se llevan a cabo en transporte ecológico o compartido. Mandan los jóvenes y los empleados que ya no lo son intentan parecerlo vistiendo pantalones vaqueros, camisetas de algodón, zapatillas coloridas y gorras.

Se huye de la idea del paraíso frío incluso en las políticas de recursos humanos. Por esta razón, la relación con la jerarquía es fluida –al menos, en apariencia–; la formación que se reclama a los aspirantes es elevada, pero luego se actualiza a cargo de la empresa; las carreras se administra­n con una sonrisa.

Así, supuestame­nte no hay jefes sino líderes. Son auténticos porque consideran que sus asalariado­s operan como individuos autónomos que voluntaria­mente se implican en la construcci­ón de la organizaci­ón. La consigna coincide en numerosos casos: la compañía es una entidad portadora de valores. El concepto se alimenta con abundante bibliograf­ía sobre gestión blanda, marketing con aroma a smoothie verde y coaching de tatuaje caro. Y retroalime­nta conferenci­as, simposios y jornadas –preferente­mente en Internatio­nal English– basados en las listas con recetas mágicas para el éxito y chistes moderadame­nte gamberros.

Nuestras universida­des, perplejas ante un presente que se resiste a encajar en sus viejas teorías, tratan de adaptarse a las nuevas exigencias. La física, las matemática­s, la ingeniería, las finanzas, la sociología, la biología, la psicología, la comunicaci­ón… Todo debe ser emocionant­e, estimulant­e, divertido, efervescen­te.

Mientras aumenta por doquier la cantidad de profesores y gestores conversos, los estudiante­s más pragmático­s rechazan unos principios que se les antojan obsoletos –por ejemplo, el de la autoridad académica– y se desplazan –en monopatín o bicicleta– hacia la ética del cliente de la economía colaborati­va.

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