La alegre burbuja de Beirut
Viviane Edde es la gran cronista de la vida mundana de esta ciudad tan vulnerable como invencible que es Beirut. Sutil, tenaz, con una cierta desgana ante los innumerables banquetes donde sólo picotea algún que otro plato, o las fiestas que debe describir en su revista de papel couché, desbordante de fotografías con nombres y apellidos de sus asistentes. Es una suerte de Elsa Maxwell libanesa, sin la prepotencia de aquella famosa columnista norteamericana en la década de los sesenta, admirada y temida en los salones de medio mundo.
Esta burbuja de Beirut estaría formada, según ella, por unas “cinco mil personas que van coincidiendo en una fiesta tras otra”.
Recuerdo sus crónicas de antes de la guerra, lo que antaño se llamaban ecos de sociedad. Durante diez años residió en España, donde posee un apartamento en Salou.
“De niña quería que mi vida fuese una fiesta –cuenta Viviane en buen castellano– y acompañaba a mi padre a banquetes y recepciones. Después empecé a escribir en Magazine, en la revista francesa L’Oficiel, uniendo lo útil con lo agradable. Ahora soy más gentil en mis comentarios. La Vie en rose es el título de mi sección en Mondanites”.
Estoy ya percatado de que si un día publica sus memorias, describirá las entrañas de este pequeño mundo que seduce y escandaliza, en la orilla de estas guerras y catástrofes que viven los pueblos del Levante.
Viviane Edde aparece en el libro de fotografías de Anna Bosch, Bubble Beirut (Burbuja Beirut). “Vivimos en una burbuja –le decía a Álex Gutiérrez, autor del texto del libro–. En este país nunca sabemos lo que nos deparara el mañana, por lo que salimos cada noche como si fuese la última”.
Es fácil criticar este mundo de ostentación en medio del caos, penurias y también decadencia. El estilo de vida de los ricos es morboso. Llama la atención precisamente porque se mantiene en el filo del abismo.
“Los festivales musicales se encadenan en toda suerte de poblaciones”, se lamentaba un lector en una carta al diario beirutí en francés L’Orient-Le Jour. Lo hacen , proseguía, “con el afán de persuadirse de vivir incluso en los años anteriores al horror actual, para agarrarse a la idea de que aún existe este país.”
Siempre he admirado, a través de tantas guerras, la inquebrantable vitalidad de los libaneses. “Que Dios quiera –dice Roderich Sursock, hijo de lady Cochrane, que yo llamé la duquesa de Guermantes beirutí– que pase lo que pase, esto se pueda mantener”.
Estos retratos de personaje libaneses de la alta sociedad y de sus ambientes han sido fruto de los viajes de Anna Bosch a Beirut desde el 2011, cuando “planeaba la duda de si el conflicto sirio se extendería a Líbano y lo arrastraría a una nueva guerra”.
En este tiempo ha surgido un nuevo fenómeno social. La burguesía siria, más refinada que la libanesa, establecida en Beirut, descolla en sus deslumbrantes fiestas.
Viviane Edde no sabe calcular cuántas personas formarían parte de los cinco mil privilegiados que mantienen la brillante burbuja beirutí. Son de mayoría musulmana y despilfarran grandes sumas de dinero, a veces un millón de dólares, en banquetes nupciales con mil o dos mil invitados. La burguesía cristiana, griego católica o griego ortodoxa, es mas discreta.
Desde hace décadas, la clase más afortunada de Damasco y de Alepo posee valiosos inmuebles y depositos bancarios en Beirut, desde mucho antes de esta guerra, huyendo de los controles financieros sirios.
Uno de los retratados en Bubble Beirut es un hombre de negocios libanés, Mauricio Torbey. Previendo el especulativo negocio de la reconstrucción de Siria, Torbey está construyendo un gran complejo comercial cerca de la frontera, a sólo una hora en automóvil de Damasco, para atraer a los consumidores sirios.
Viviane Edde defiende la vitalidad, la ilusión de esta burbuja de Beirut, junto a un mundo árabe que se consume en violencia y devastación. “No vamos a vestirnos de luto esperando que todo acabe –me dice–. Durante todas las guerras siempre ha habido gente que ha querido divertirse”.
La refinada burguesía siria derrocha dinero en Beirut, todo lo contrario que la burguesía cristiana local