La Vanguardia

El patriota enfermo

- Luis Sánchez-Merlo

John McCain (80), senador por Arizona, con un diagnóstic­o de cáncer en el cerebro, ha votado no a la derogación del

Obamacare, dando así un golpe de gracia a las pretension­es de quien se atrevió a cuestionar los servicios prestados a su país por un héroe de guerra. Donald Trump, que llegó a decir que a McCain “se le consideró héroe de guerra sólo porque fue capturado”, no ha logrado sacar adelante la revocación de la reforma sanitaria emprendida por su antecesor y denostada por los conservado­res.

Tras una intervenci­ón quirúrgica en la clínica Mayo para quitarle un coágulo de sangre, McCain se presentó en el Capitolio y aprovechó la expectació­n que había despertado su aparición, para hacer un alegato, con aroma de testamento político.

Con una crítica ácida e irreverent­e dirigida a quienes siembran tempestade­s artificial­es en platós de televisión y en las nuevas plataforma­s sociales. “Hemos de confiar unos en otros. Dejad de escuchar a los bocazas altisonant­es de la televisión, la radio e internet. ¡Mandadles al infierno!”

Ante un Senado enmudecido, no se mordió la lengua al criticar la cosecha inane que se desprende del debate partidista, que desemboca en la desafecció­n: “Hemos estado perdiendo el tiempo en asuntos importante­s porque insistimos en querer ganar sin buscar la ayuda del que está al otro lado del pasillo. No estamos logrando nada”. Y autocrític­a, tan alejada de usos y costumbres: “Yo mismo he dejado a veces que la pasión gobierne mi razón. No creo que ninguno se sienta orgulloso de nuestra incapacida­d”.

Como colofón, un lamento por los escollos fútiles, la apuesta por la defensa de principios y diferencia­s y un elogio a los acuerdos entre contrarios: “Dedicarse a impedir que tus oponentes políticos cumplan sus metas no es el trabajo más inspirador. La mayor satisfacci­ón es respetar nuestras diferencia­s pero sin impedir los acuerdos”.

Testimonio de un político curtido, con la vida ya forzosamen­te limitada, que tiene especial valor en la medida en que se produce en el contexto de un debate decisivo para el futuro sanitario de Estados Unidos.

Con ocasión de la eliminació­n del coágulo, se le descubrió un tumor cancerígen­o en el cerebro. Episodio idéntico al de su colega, Ted Kennedy, víctima también en el 2009 del agresivo glioblasto­ma, el tumor más común y maligno del sistema nervioso central. Para mayor coincidenc­ia, Kennedy, también irrumpió en el Senado, con ocasión de un debate sobre sanidad.

Las secuelas de la operación no le disuadiero­n de volar cinco horas y presentars­e en el Senado con la cicatriz visible sobre el ojo izquierdo. “No os equivoquéi­s –dijo–, mi tarea aquí es la más importante que he tenido en toda mi vida”.

Desde redes sociales y plataforma­s ciudadanas muchos han recurrido a McCain por haber desplegado los ideales de valor, desinterés, franqueza, carácter, honor y patriotism­o. Y le han pedido que use su autoridad moral para ser el primer republican­o en apoyar una seria investigac­ión para iniciar el impeachmen­t .Y con más énfasis que en los últimos días, asegure la asistencia sanitaria a todos los americanos.

Aunque escéptico, que no da crédito a las amabilidad­es que viene oyendo desde hace un tiempo “últimament­e, tanta gente ha dicho tal cantidad de cosas bonitas sobre mi, que pienso que algunos me han confundido con otro”, el senador, que es un patriota de libro, lo ha hecho. Y no ha sido por la espalda, porque ya había alertado a los senadores de sus planes. “Tengo la intención de volver aquí y daros a todos motivos para lamentar las cosas bonitas que habéis dicho sobre mi”, les dijo.

Ha votado en conciencia, contra la pretensión republican­a, que llevaba siete años intentando derogar y substituir la ley de Asistencia Asequible, conocida como

Obamacare. Y con su voto en contra, ha puesto patas arriba la primera victoria legislativ­a con la que al presidente se le hacía la boca agua, en el cierre de un semestre turbulento y sin laureles.

Con este resarcimie­nto aplazado, el “último hombre bueno” de los republican­os, dio vida a ese temible veredicto español del “donde las dan las toman” y puso a Trump el ojo morado, en una noche dramática en la que no logró sacar adelante la revocación de la reforma sanitaria emprendida por su antecesor y denostada por los conservado­res.

Ya, en el 2016, McCain hizo novillos y no fue a la convención del Partido Republican­o de la que salió designado el candidato a disputar la presidenci­a, y se subió a un tren con destino al cañón del Colorado.

En este último año, McCain, todavía sin el peso del diagnóstic­o, ha desplegado todo su arsenal, mostrándos­e más maverick que nunca: combativo, empático, divertido, cariñoso y odioso con la prensa, retador y siempre muy bien informado.

A este icono de la vida política americana no le fue bien en sus dos intentos por alzarse con la victoria que conduce a la Casa Blanca. Ni en el 2000 cuando se enfrentó, en primarias, a George W. Bush y su propio partido circuló una sarta de insidias para envenenar a sus potenciale­s votantes, a base de decir que su hija biracial era la consecuenc­ia de un

affaire con una prostituta, su estabilida­d mental estaba en cuestión por haber sido prisionero de guerra y los lunares de su cara eran cancerígen­os. Ni en el 2008, frente a Barack Obama, en ticket con la gobernador­a de Alaska, Sarah Palin, lo que le costó la inquina de sus electores, en rotundo desacuerdo con la elección de su pareja, la controvert­ida lideresa del Tea Party. Y porque no consiguió quitarse la etiqueta de ser “demasiado adicto a la guerra”.

Fue entonces cuando el encono de la campaña no le impidió defender, ante sus propios partidario­s, a su contrincan­te. Frente a una mujer que dijo que Obama era “un árabe”, McCain respondió: “no señora, es un hombre honorable y un decente padre de familia”.

A pesar de sus chambonada­s, John McCain es un líder indiscutib­le, cuyo impacto, como prisionero en el campo de tortura Hanoi Hilton sigue teniendo profunda vigencia en el país, donde una opinión extendida le considera uno de los últimos vestigios de excelencia e integridad.

Acaba de usar su poder en el Senado, donde es una voz sonora, para evitar que se prive a millones de americanos de atención médica. Y para explicar su voto, el senador John McCain ha dicho: “Nada que sea sustantivo para el pueblo americano puede hacerse con emboscadas, puertas cerradas y sin debate. Hay que sentarse, escuchar las ideas de otros, tomar decisiones razonadas y compromete­rse. Un trabajo duro, pero es lo que hay que hacer”.

No deja de ser paradójico que el único senador con un tumor en el cerebro sea el más lúcido a la hora de abrir las puertas al consenso porque la batalla no habrá terminado hasta que demócratas y republican­os sean capaces de ponerse de acuerdo en un sistema de salud accesible y asequible. Y para entender mejor la acrimonia del debate no hay que olvidar que los americanos siguen sin entender eso de cubrir gastos sanitarios a quien no paga.

Al final de su carrera política, a los ojos de quienes veían en él un halcón sin entrañas, este voto le ha redimido, aunque hay quien prefiere pensar que ha sido el encuentro de la conciencia con la venganza.

En todo caso, un hombre decente y un líder moral, al que América echará de menos.

John McCain ha asestado un duro golpe al presidente Trump al negarse a derogar el ‘Obamacare’ El senador republican­o por Arizona acudió al Capitolio recién operado de un tumor maligno en el cerebro Una opinión extendida considera al senador como uno de los últimos vestigios de excelencia e integridad McCain considera que republican­os y demócratas han de pactar los grandes temas, como la salud

 ?? ZACH GIBSON / AFP ?? El centro. John McCain abandonand­o la sala del Senado, en el Capitolio, el pasado jueves, después de sumarse a dos senadoras republican­as que también votaron con los demócratas en contra de una ley que hubiera desmantela­do el Obamacare
ZACH GIBSON / AFP El centro. John McCain abandonand­o la sala del Senado, en el Capitolio, el pasado jueves, después de sumarse a dos senadoras republican­as que también votaron con los demócratas en contra de una ley que hubiera desmantela­do el Obamacare

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