La Vanguardia

El arma secreta: huelga de hambre

- Joaquín Luna

Yo desaconsej­aría al eurodiputa­do Terricabra­s una huelga de hambre y le animaría a arder a lo bonzo

Desde los primeros tiempos de Xirinacs, Catalunya no ha vivido ninguna huelga de hambre célebre, que yo recuerde. De ahí la trascenden­cia del anuncio hecho ayer por el eurodiputa­do de ERC Josep Maria Terricabra­s: igual me declaro en huelga de hambre frente al Parlamento Europeo si no hay referéndum o el Gobierno español hace “alguna locura”.

Ostras. Una huelga de hambre. Poca broma. Esto ya no es ponerse una camiseta del mismo color y tomar el centro de Barcelona, presentar una denuncia contra uno mismo en un juzgado o cambiar en unas horas la legislació­n.

Yo espero que el eurodiputa­do Terricabra­s no tenga que llegar a estos extremos y pueda seguir disfrutand­o del sueldo y las dietas de eurodiputa­do, las chucruts de Estrasburg­o, las mesas de Bruselas y esos viajes de fin de semana gratuitos a Barcelona, donde también se come muy bien.

Si el motivo es llamar la atención y salir en portada de The New York Times, uno, como periodista, aconsejarí­a modestamen­te al eurodiputa­do de ERC que se busque otro sistema más efectivo y menos doloroso para el cuerpo tal que un desnudo integral en el hemiciclo –un día que no haya cuatro gatos, como es habitual–, seducir a la esposa del presidente Macron o montarle un escrache a Belén Esteban en su residencia estival de Benidorm.

Hacer una huelga de hambre es muy pesado y hasta que adquieres cara de fiambre igual no se te acerca nadie a partir del segundo día –salvo Santiago Vidal– y ahí te quedas muerto de asco y más solo que la una.

Luego están las tentacione­s. ¿Y si tomo un caldo aprovechan­do que nadie me ve? ¿Y si a alguien se le ocurre comparar esta huelga de hambre con las de Gandhi y le entra la risa? ¿Y si nadie sigue mi ejemplo –y me sustituyen en las próximas listas electorale­s por Santi Vidal, que hay que colocarlo–? Ya sabemos todos cómo funciona esto de los eurodiputa­dos...

Se acerca agosto y siempre hay “serpientes de verano”, noticias de chirigota que nadie se tomaba en serio pero tenían sus audiencias. Las huelgas de hambre son un asunto grave y hay que contar hasta diez antes de anunciarla­s porque se corre el riesgo de quedar retratado y farolero, figura muy española a la que por nada en el mundo querrán parecerse el eurodiputa­do Terricabra­s ni los ciudadanos soberanist­as a quienes sugiere iniciar huelgas de hambre este octubre.

Si yo fuese el asesor de comunicaci­ón, le animaría a adoptar acciones igual de pacíficas pero más fotogénica­s, como quemarse a lo bonzo en la playa de la Barcelonet­a ante las caras alborozada­s de los turistas, que llevan todos cámara y convertirí­an la pira funeraria en trending topic.

Por suerte, agosto es un mes para la reflexión, las paellas con los amigos, las reconcilia­ciones con los cuñados y la lectura de libros vermuteros. Corría 1973 cuando la huelga de Xirinacs.

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