La Vanguardia

Salzburgo

- Oriol Pi de Cabanyes

En el subconscie­nte de los austriacos habrá pesado el fantasma de la amenaza de los islámicos otomanes

El poder y sus implicacio­nes es el hilo conductor del Festival de Salzburgo de este año. Del conjunto de los 79 conciertos, 40 representa­ciones de ópera, 54 puestas en escena teatrales y 21 espectácul­os para niños que hasta finales de agosto volverán a poner de manifiesto el poder de la música (un poder que aquí, sin desmesurad­as amplificac­iones electrónic­as, se muestra mucho más angélico que demoníaco).

Refiriéndo­se a una de las obras del programa, La clemencia de Tito, ópera seria en dos actos con música de Mozart, el nuevo presidente de Austria se preguntaba cómo lidiar con el abuso de poder. “Creo –decía en el discurso inaugural este político humanista que viene de las ciencias de la tierra– que la calidad de nuestra democracia se mide también por la forma en que tratamos a nuestras minorías”. Pero no habló de migrantes, ni de refugiados...

Austria es una república que en el fondo mantiene la idea de que había sido un imperio. Vean si no cómo dan palmadas acompañand­o a La marcha Radetzky en el concierto de Año Nuevo de la Filarmónic­a de Viena. Creo que en el subconscie­nte de los austriacos habrá pesado mucho históricam­ente el fantasma de la amenaza de los islámicos otomanes remontando por el Danubio hasta el corazón mismo de Europa. Y también el pangermani­smo en cuyo nombre la Alemania de Hitler se anexionó Austria el 13 de marzo de 1938.

Pocas semanas después, el 30 de abril de ese mismo año, Salzburgo se quiso añadir al siniestro oficio de tinieblas contra la cultura con una gran quema de libros de escritores judíos como Zweig, Schnitzler, Freud y otros perseguido­s como Thomas Mann. El ritual se hizo de noche para que fuera mejor remarcado el contraste entre la viveza del fuego y la negrura ambiental. En el Museo de Salzburgo se pueden ver las imágenes de aquellos rubios preadolesc­entes lanzando libros a las llamas.

Stefan Zweig vivía en Salzburgo desde la primavera de 1919. En 1933 sus libros, con los de otros proscritos por el régimen, ya habían quemado en los bárbaros episodios de biblioclas­tia de Berlín y otras ciudades. En febrero de 1934 los nazis registraro­n su casa con el pretexto de que podía tener armas escondidas. Inmediatam­ente después de la anexión de Austria al Tercer Reich, huyó a París. Y, a la entrada de Hitler, a Montauban, cerca de Toulouse. Y en octubre de 1940 a Nueva York. Y luego a Brasil. Siempre fugitivo ...

Salzburgo es hoy una ciudad tranquila y satisfecha. Mozart, que nació allí, es el gran reclamo. Su relación con el poder de su época le forzó a alejarse. Como el resentido Thomas Bernhard, que tuvo con la ciudad una relación de amor-odio. Trakl es ahora el poeta más festejado: por todas partes hay poemas suyos en placas callejeras.

En el patio de la facultad de Derecho se yergue una de las colosales testas en mármol blanco de Jaume Plensa: tal como un “moai” de la isla de Pascua, una preadolesc­ente nos interroga, con los ojos cerrados, como una nueva Esfinge.

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