La Vanguardia

Que nadie me diga que fue un sueño

- Albert Turró

El año 1992 fue para mí el año en el que creí que las palabras que Francesc Pujols pronunció mucho tiempo antes iban a convertirs­e en una gozosa realidad: “Molts catalans es posaran a plorar d’alegria; sel’s haurà d’assecar les llàgrimes amb un mocador. Perque seran catalans, totes les seves despeses, on vagin, els seran pagades… Al cap i a la fi, pensant-hi bé, més valdrà ser català que milionari”. El motivo de tan insensato optimismo radicaba en el hecho de que en apenas unas semanas el FC Barcelona conquistó su primera Copa de Europa y la ciudad había sido sede de los mejores Juegos Olímpicos de la historia. Además, yo trabajaba en la sección de Deportes de La Vanguardia ,ala que accedí bajo el estigma de “el que vale, vale, y el que no, a deportes”. Durante aquellos días gloriosos los parias de la redacción acaparamos todo el protagonis­mo.

Si bien es cierto que lo del Barça se veía venir, ya que el conjunto de Johan Cruyff había mantenido un camino ascendente durante los años anteriores, lo de los Juegos fue toda una sorpresa, tras bordear continuame­nte la catástrofe en los prolegómen­os. Sólo hace falta recordar la aterradora inauguraci­ón del Estadi Olímpic, los constantes enfrentami­entos entre Ayuntamien­to y Generalita­t o la desazón que provocaba en la organizaci­ón la campaña del Freedom for Catalonia.

Es posible que el surrealism­o de Francesc Pujols iluminara desde el más allá a la ciudad, ya que desde el momento mismo en que empezó la ceremonia de inauguraci­ón todo cuadró de forma casi milagrosa. Eso y, justo es reconocerl­o, el excelente trabajo del equipo liderado por Josep Miquel Abad, que vio como prácticame­nte nada le salía mal.

Después de la inquietud, tocó disfrutar del momento. Entre mis recuerdos personales se cuentan el haber pisado a la infanta Elena en una aglomeraci­ón a la salida de las Picornell; el sentido abrazo que me dio el doctor López Zubero tras la victoria de su hijo Martín en los 200 espalda; la cerveza que compartí a las 3 de la madrugada con Charles Barkley en la Rambla, o la conversaci­ón que mantuve con Boris Becker el día que el tenista alemán se coló en el Estadi Olímpic y se sentó a mi lado en la tribuna de prensa. Para mí, el auténtico dream

team de los Juegos no fue el equipo de baloncesto de Estados Unidos, sino la selección española de waterpolo. Ellos me enseñaron que nada une más en la vida que un enemigo común. La Federación Española se lo proporcion­ó en forma de selecciona­dor, el croata Dragan Matutinovi­c. La cohesión del grupo fue ejemplar aunque debieron conformars­e con la medalla de plata, que cambiaron cuatro años más tarde por la de oro en Atlanta.

25 años después los catalanes ya no estamos invitados a nada. Incluso ahora nos toca pagar lo de los vecinos. Volver a ver la foto de Pep Guardiola loco de alegría con la camiseta de la

roja invita a la perplejida­d. Aquel clima de concordia ciudadana ha desapareci­do. Pero que nadie me diga que fue un sueño. Yo lo viví y lo disfruté en primera persona.

Recuerdo la cerveza que compartí con Charles Barkley a las 3 de la madrugada en la Rambla y una conversaci­ón que mantuve con Boris Becker, que se había colado

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