Otra historia inmortal

POCAS veces había visto hablar a alguien tan apasionadamente como al escritor José Luis de Vilallonga de Jeanne Moreau, el día en que presentó el tercer tomo de sus memorias (La flor y nata )en Barcelona. Antes almorzamos en el restaurante del hotel Juan Carlos I y Vilallonga me contó con todo detalle su historia de amor fallido con la actriz francesa, que falleció ayer en su apartamento de París. Yo le expliqué que, siendo poco más que un adolescente, vi en una sala de arte y ensayo Una historia inmortal, con Moreau y Orson Welles , y quedé subyugado por la sensualidad que transmitía la actriz en una playa de Macao, aunque luego supe que la cinta había sido filmada casi enteramente en Andalucía. Aquel encuentro propició que me relatara su enamoramiento en el restaurante L’Orangerie, de París, después de que rodaran juntos Les amants. Comieron y bebieron sin freno. Y entre copa y copa de champán, la dama, que acababa de terminar su relación con Louis Malle, le confesó que creía ciegamente en el amor: “¿Cómo vivir sin él? Pero no creo en un gran amor, sino en muchos grandes amores”. Luego fueron a su apartamento parisino, donde él puso música de Jean Sablon y siguieron con el Mumm. Como si fuera una escena de Les amants, se besaron y se acariciaron. Pero su cuerpo estaba extrañamente ausente. El playboy estaba intimidado y el implacable seductor, desconsolado. Tan emocionado se sentía, que se emborrachó de belleza y fracasó en el sexo. Y rompió a llorar. Así que la acompañó a coger un taxi y le prometió que la llamaría al día siguiente, sabiendo que no lo haría.

Ayer volví a pensar en Vilallonga cuando supe de la muerte de Jeanne Moreau y busqué sus memorias. “Tú nunca serás vieja, Jeanne”, le dijo él durante la cena en L’Orangerie. Fue una premonición: era eterna y los escasos personajes que lo consiguen resisten el paso del tiempo. Para algunos siempre será la Virginie de Una historia inmortal.