La Vanguardia

Cero triples

- Carles Ruipérez

Puedo comprender que haya personas a las que el verano de 1992 no les diga gran cosa. Es porque ellos no estaban a punto de cumplir 13 años y no fueron en julio a sus primeras y únicas colonias. Hasta Arenys de Munt fuimos mi hermano, mi prima y yo, y como no podía ser de otra forma acabamos los tres castigados. Aquellos diez días sin padres y en habitacion­es mixtas dejaron una marca tan profunda como los Juegos. Y es que una casa de colonias es lo más parecido a una villa olímpica llena de deportista­s. Allí se vive rápido y todo es más intenso, sabiendo que hay que aprovechar al máximo el tiempo. ¿O no se acuerdan de que Constantin­o Romero tuvo que pedir a los atletas que bajasen del escenario?

Pues así de alocadas recuerdo yo mis colonias del 92. Hicimos excursione­s, jugamos al fútbol, contamos historias de miedo, hubo novatadas, teníamos un amigo invisible que nos hacía favores y la lluvia nos dejó sin poder acampar al raso pero nos permitió bañarnos en la piscina bajo un intensa tormenta de verano, nos zambullimo­s en el agua de madrugada bajo la luna y hasta nos metimos en el agua sin bañador, fruto de alguna apuesta perdida intentando llamar la atención de Gemma Prieto. Ai, la Gemma, com li deu anar?

En una de las actividade­s, los monitores nos pidieron decorar con pintura una camiseta. Hubo muchos Cobis, pero yo, con negro y gris sobre blanco, dibujé un número 50 en el pecho, intenté reproducir de memoria el logo de los Spurs y en la espalda puse el apellido de David Robinson, mi jugador favorito de la NBA, que a los pocos días llegaría a Barcelona. Nadie allí sabía quién era aquel pívot, pero yo les convencí de que el Almirante era tan bueno como Jordan, Magic y Bird.

Cuentan en mi familia que cada verano mi hermano y yo competíamo­s por ser el primero en levantarse para ir a comprar los diarios. Quien iba, evidenteme­nte, era el primero en leer el deportivo. Pero ese 1992, antes que cualquier fichaje del Barcelona o las clasificac­iones del Tour, lo primero que localizaba en las páginas eran los partidos de la selección estadounid­ense de baloncesto. Evidenteme­nte, ya sabía que EE.UU. había ganado. Lo que quería saber era cuántos puntos había anotado Robinson. Después del primer partido contra Angola, me llevé la primera decepción. Robinson contribuyó al triunfo con 4 puntos, el que menos. Y lo que es peor: no hizo ninguna canasta en juego. Todo tiros libres.

Peor me fue al día siguiente. Mi ídolo se quedó en 3 ante Croacia mientras que Jordan aportaba 21. Otro chasco. Pero no desistí. Vi una mejoría en los 9 que encestó a Alemania. Contra Brasil, con 11, ya superó a Bird y me fui animando, aunque frente a España se quedase en 9. Y entonces llegó el gran día: el 4 de agosto, en el duelo contra Puerto Rico Robinson ganó a los tres. El Almirante hizo su tope, 14 puntos, uno más que Magic, el doble que Bird y diez más que Jordan. Al día siguiente pude lucir con orgullo mi camiseta de Robinson. Ganó el oro, pero la flauta no volvió a sonar ni en semifinale­s (13 puntos a Lituania) ni en la final (9 a Croacia). Acabó los Juegos sin lanzar ni un solo triple. Cero.

(I, Gemma, si llegeixes això: una abraçada molt gran.)

Algunos pintaban el Cobi, pero yo me hice una camiseta con el número y el apellido de David Robinson

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