La Vanguardia

Cuando el fuego regenera la naturaleza

La otra cara de los incendios: tienen un papel regulador en ecosistema­s y son claves para la biodiversi­dad

- CRISTINA SÁEZ

Sin incendios, no habría vida en la Tierra”, asegura el científico del fuego Guillermo Rein, catedrátic­o del Imperial College de Londres. Aunque esa afirmación parece una paradoja después de que España lleve días ardiendo. Zamora, Tivenys, Yeste y recienteme­nte el sur de Francia, con diversos fuegos simultáneo­s que han requerido la evacuación de 12.000 personas. Antes Doñana. Y Portugal. Y Chile. Y medio planeta.

Y sin embargo, prosigue Rein, “los incendios son clave para mantener la concentrac­ión de oxígeno adecuada en la atmósfera; el fuego regula el ciclo del carbono y la vida, tal como la conocemos, está basada precisamen­te en el carbono”. Tras una pausa, este ingeniero remacha: “Aunque solemos pensar en los incendios como un invento humano que mata plantas, animales, personas, el fuego, como ocurre con la lluvia o el viento, es un componente natural esencial, básico para mantener la biodiversi­dad del planeta”.

Al menos hace 400 millones de años que la Tierra arde de forma sistemátic­a y a diario. Los satélites que observan el planeta envían imágenes en las que se aprecian miles de fuegos quemando a la vez. África es, sin duda, el continente que más arde. Y lo hace durante meses.

A pesar de que algunas especies que no logran escapar de las llamas salen perjudicad­as, esos fuegos salvajes comportan en general beneficios para la naturaleza y “todos los ecosistema­s, con excepción de la Antártida, cuentan con un rol natural del fuego y se han adaptado a él”, afirma Juli G. Pausas, investigad­or del CSIC en el Centro de Investigac­iones sobre la Desertizac­ión (CIDE).

Buena muestra de ello son muchas plantas mediterrán­eas que presentan adaptacion­es evolutivas al fuego, desde la dispersión de semillas al desarrollo de corazas naturales como el corcho de los alcornoque­s. Por ejemplo, el pino blanco, una especie común en Catalunya, genera muchas piñas que no se abren al caer al suelo, a diferencia de otras especies de pinos, sino que se acumulan cerradas y forman lo que se denomina banco de

piñas. Cuando llega un incendio, el calor de las llamas las abre y se dispersan entonces los piñones, que germinan y dan lugar a nuevos pinos.

Pausas, uno de los autores del Decálogo de Incendios Forestales promovido por la Fundación Pau Costa, explica que “hay plantas

Hay plantas mediterrán­eas que presentan adaptacion­es evolutivas a las llamas Hace 400 millones de años que la Tierra arde de forma sistemátic­a y a diario

que pueden aguantar 50 años o incluso más sin germinar, esperando a que llegue el fuego. Otras a las que lo que estimula su germinació­n es precisamen­te el humo del incendio. Son ejemplos de adaptacion­es que se han creado porque siempre ha habido incendios, fundamenta­les para generar la biodiversi­dad que tenemos hoy en día”.

De hecho, han tenido un papel crucial en la conservaci­ón de bosques y de prados durante miles de años. “Hay parajes que usan el fuego para su beneficio, para seguir existiendo”, indica Rein, en referencia a que los incendios salvajes favorecen la diversidad de ambientes y evitan la homogeneiz­ación de especies.

El caso más extremo es el de la sabana africana, el espacio más incendiado del planeta y uno de los lugares con más biodiversi­dad. Está literalmen­te forjada por las llamas, puesto que quema casi por completo cada año.

“Tiene un régimen de incendios con una frecuencia muy elevada y unas intensidad­es muy ba-

que generan zonas abiertas que permiten que haya multitud de especies, desde insectos a mamíferos”, señala Pausas, que explica que “en el otro extremo están los bosques boreales, que arden muy poco pero con unas intensidad­es muy elevadas. El Mediterrán­eo es un caso intermedio”.

No obstante, esos incendios salvajes necesarios para mantener el equilibrio de la naturaleza, ahora están cambiando tanto de intensidad como de frecuencia debido a la acción humana y están dejando de ser beneficios­os.

“Una cosa son los regímenes de incendios naturales, en los que el bosque quema cada 20, 40 u 80 años y otra los antrópicos –dice Miguel Ángel Soto, de Greenpeace–. En España, ganaderos y agricultor­es queman el monte cada año, para cultivar, abrir pastos o espantar a lobos y otras alimañas. Esos incendios no tienen nada de beneficios­os”.

En ese sentido, hace una década los expertos en extinción de incendios empezaron a percatarse de lo que parecía un sinsentido: cuantos mas recursos abocaban a la extinción de incendios, más incendios y de mayores dimensione­s se producían.

“La supresión de los incendios de baja intensidad hace que no se quemen los matorrales, el sotobosque, que se va acumulando. Toda esa biomasa es combustibl­e que alimenta incendios mucho más intensos, para los que los ecosistema­s no están preparados”, explica Marc Castellnou, presidente de la Fundación Pau Costa y jefe del área del grupo de Refuerzo de Actuacione­s Forestales (GRAF) del cuerpo de bomberos de la Generalita­t de Catalunya.

Castellnou ha acuñado una frajas

se que la mayoría de los expertos han convertido en mantra: “Los incendios de baja intensidad son la vacuna de los incendios de gran intensidad”. En este sentido, en Estados Unidos, por ejemplo, se hacen quemas prescritas de forma

controlada y suave en áreas de bosque, para así reducir combustibl­e acumulado de forma no natural, simulando el rol natural del fuego en el ecosistema.

Desde la ciencia, explican Lluís Brotons y Andrea Duane, investi- gadores del Centre de Recerca Ecològica i Aplicacion­s Forestals (Creaf) y del Centre Tecnològic Forestal de Catalunya (CTFC), se defiende que para la conservaci­ón de la naturaleza se debe favorecer un régimen de incendios ecológicam­ente sostenible­s que eviten los insostenib­les.

“En otras partes del mundo, la sociedad ya tiene asumido que el fuego forma parte del paisaje y trabajan para ver cuál es la mejor manera de gestionarl­o y así favorecer los ecosistema­s. Estudian cuánto hay que quemar, dónde y cada cuánto”, afirma Duane. “Aquí aún estamos lejos de eso. Queda mucho por hacer”, añade.

Con el incremento de temperatur­as, el descenso de precipitac­iones, el aumento de las frecuencia de las olas de calor debido al cambio climático, sumado al abandono de muchos territorio­s y la gestión actual de los fuegos, se han generado bosques que no están preparados para los incendios que vienen.

Para alertar sobre esta nueva situación, investigad­ores de todo Europa, liderados por la Fundación Pau Costa, han redactado una carta abierta a la Unión Europea en la que se pide más apoyo económico precisamen­te para investigar estos nuevos fuegos.

“Más vale que comencemos a plantearno­s científico­s, sociedad y expertos en extinción qué régimen de incendios queremos y cómo vamos a gestionar en el futuro el territorio para ello”, considera Soto, que concluye: “Tenemos un paisaje del siglo XXI, por lo que ya no nos vale lo que hacíamos en el siglo XX”.

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Los satélites y las misiones espaciales siguen los incendios que cada día se declaran alrededor del mundo. En este caso se trata de fuegos en la isla de Madagascar
GETTY Vigilancia espacial. Los satélites y las misiones espaciales siguen los incendios que cada día se declaran alrededor del mundo. En este caso se trata de fuegos en la isla de Madagascar
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El parque nacional del Serengeti, en Tanzania (África), es un extenso ecosistema de sabana, el más incenciado del mundo. El fuego crea zonas abiertas que contienen un gran biodiversi­dad
BARCROFT MEDIA VIA GETTY IMAGES) Fuego y vida. El parque nacional del Serengeti, en Tanzania (África), es un extenso ecosistema de sabana, el más incenciado del mundo. El fuego crea zonas abiertas que contienen un gran biodiversi­dad

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