El espejo del aeropuerto
En estos días de castigos reiterados, los viajeros que acuden al aeropuerto en familia y con niños pueden acceder a un carril rápido que les ahorra someterse a la ruleta de las colas del resto de la terminal. Sorprende que a estas alturas aún no se haya montado el típico negocio clandestino hijo de la picaresca de alquiler de niños y cochecitos. La creatividad autóctona sobresale en situaciones como esta en las que se combinan el aprovechamiento de una situación caótica, la improvisación y la enésima rendija abierta por la mezcla de incapacidad y resignación. Ayer por la mañana los reporteros desplazados a El Prat explicaban que la mayoría de viajeros eran turistas. En consecuencia, no les habrá sorprendido que la misma Barcelona que ofrece la posibilidad de copular, vomitar, gritar, hacer aguas mayores y menores entre contenedores, emborracharse hasta el coma, pelearse y pernoctar en pisos ocupados reconvertidos en pozos incontrolados de dinero negro despida a sus visitantes con el entrañable regalo de una cola lo bastante consistente para convertirse en un souvenir más perdurable que la pulsera del Primavera Sound.
Hay momentos en los que esta ciudad sufre alucinaciones colectivas que parecen conectarnos con el espíritu de Sodoma y de Gomorra, hermanadas por una energía pecadora parecida a la del Barcelona way of life. También sorprende que, en solidaridad con los trabajadores, no se hayan sumado a la protesta comandos encapuchados de expertos en pinchar ruedas, concienciados por la contaminación sonora y medioambiental aeroportuaria, jaleados por tertulianos y parlamentarios que no sólo se muestran indulgentes con el vandalismo con coartada idealista sino que, para subrayar su radicalidad intelectual, denuncian los abusos de otros delincuentes (de extrema derecha) o del Gobierno español, que siempre es bienvenido cuando se trata de poner en marcha el ventilador.
Para sabotear cualquier posibilidad de diagnóstico constructivo, se habla de una situación de república bananera cuando en realidad la apropiación abusiva y el secuestro del espacio público son habituales en nuestro país, que alardea de ser referencia en tantas cosas. Las repúblicas bananeras no tienen dos aeropuertos contiguos como los de El Prat ni una presión fiscal como la nuestra, ni una yuxtaposición de administraciones crónicamente incompetentes y, eso sí, virtuosas cuando se trata de esquivar responsabilidades y de acusar a otros de errores propios o de apelar a psicodélicas soluciones situadas en una Dinamarca más perfecta que la auténtica. ¿Follón en las terminales de El Prat? Ayer corrió la voz y enseguida debió ponerse en marcha el sálvesequienpueda.cat, el plan extraoficial que activa la imaginación, la creatividad y el espíritu emprendedor de todos los carteristas, mendigos, traficantes y buscavidas de una ciudad que cuando se trata de movilizarse siguiendo la intuición oportunista del interés inmediato siempre sabe estar a la altura de las circunstancias.
A veces Barcelona parece sufrir alucinaciones que la conectan con el espíritu de Sodoma y Gomorra