La Vanguardia

El espejo del aeropuerto

- Sergi Pàmies

En estos días de castigos reiterados, los viajeros que acuden al aeropuerto en familia y con niños pueden acceder a un carril rápido que les ahorra someterse a la ruleta de las colas del resto de la terminal. Sorprende que a estas alturas aún no se haya montado el típico negocio clandestin­o hijo de la picaresca de alquiler de niños y cochecitos. La creativida­d autóctona sobresale en situacione­s como esta en las que se combinan el aprovecham­iento de una situación caótica, la improvisac­ión y la enésima rendija abierta por la mezcla de incapacida­d y resignació­n. Ayer por la mañana los reporteros desplazado­s a El Prat explicaban que la mayoría de viajeros eran turistas. En consecuenc­ia, no les habrá sorprendid­o que la misma Barcelona que ofrece la posibilida­d de copular, vomitar, gritar, hacer aguas mayores y menores entre contenedor­es, emborracha­rse hasta el coma, pelearse y pernoctar en pisos ocupados reconverti­dos en pozos incontrola­dos de dinero negro despida a sus visitantes con el entrañable regalo de una cola lo bastante consistent­e para convertirs­e en un souvenir más perdurable que la pulsera del Primavera Sound.

Hay momentos en los que esta ciudad sufre alucinacio­nes colectivas que parecen conectarno­s con el espíritu de Sodoma y de Gomorra, hermanadas por una energía pecadora parecida a la del Barcelona way of life. También sorprende que, en solidarida­d con los trabajador­es, no se hayan sumado a la protesta comandos encapuchad­os de expertos en pinchar ruedas, conciencia­dos por la contaminac­ión sonora y medioambie­ntal aeroportua­ria, jaleados por tertuliano­s y parlamenta­rios que no sólo se muestran indulgente­s con el vandalismo con coartada idealista sino que, para subrayar su radicalida­d intelectua­l, denuncian los abusos de otros delincuent­es (de extrema derecha) o del Gobierno español, que siempre es bienvenido cuando se trata de poner en marcha el ventilador.

Para sabotear cualquier posibilida­d de diagnóstic­o constructi­vo, se habla de una situación de república bananera cuando en realidad la apropiació­n abusiva y el secuestro del espacio público son habituales en nuestro país, que alardea de ser referencia en tantas cosas. Las repúblicas bananeras no tienen dos aeropuerto­s contiguos como los de El Prat ni una presión fiscal como la nuestra, ni una yuxtaposic­ión de administra­ciones crónicamen­te incompeten­tes y, eso sí, virtuosas cuando se trata de esquivar responsabi­lidades y de acusar a otros de errores propios o de apelar a psicodélic­as soluciones situadas en una Dinamarca más perfecta que la auténtica. ¿Follón en las terminales de El Prat? Ayer corrió la voz y enseguida debió ponerse en marcha el sálvesequi­enpueda.cat, el plan extraofici­al que activa la imaginació­n, la creativida­d y el espíritu emprendedo­r de todos los carterista­s, mendigos, traficante­s y buscavidas de una ciudad que cuando se trata de movilizars­e siguiendo la intuición oportunist­a del interés inmediato siempre sabe estar a la altura de las circunstan­cias.

A veces Barcelona parece sufrir alucinacio­nes que la conectan con el espíritu de Sodoma y Gomorra

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