La Costa Brava de los sesenta
El fotógrafo Jordi Puig escoge 600 postales en color del inicio del turismo de masas
Las postales turísticas han caído en desuso, se consideran un género kitsch, caduco, y sin embargo son el reflejo de un instante histórico, tienen el valor del retrato sociológico de una época y un territorio. Lo demuestra el fotógrafo Jordi Puig, que acaba de publicar un libro tan insólito como original en el que ha reunido 600 postales de la Costa Brava de los años 60 y 70.
El volumen Costa Brava Postales 1960’s-1970’s (Úrsula Llibres) constituye una selección de postales agrupadas por temáticas y escogidas entre las 8.000 que componen la colección del autor. El libro sólo cuenta con dos breves introducciones, de Enric Marín y Helena Tatay, y una serie de textos breves con noticias de prensa sobre la actualidad turística de aquellos años. Pero las imágenes, con sus encuadres, con sus inocentes manipulaciones, con sus personajes anónimos, explican por sí solas los cambios derivados del turismo. Se puede decir que las postales en cuatricromía aparecen casi al unisono con el turismo de masas. Y vistas en perspectiva histórica adquieren la importancia del documento. Los años 60 son los del inicio de la especulación urbanística, pero los primeros rascacielos en primera línea de mar, los grandes hoteles y las urbanizaciones aparecen como signos de modernidad.
Las postales son una carta de presentación de la Costa Brava: de sus autopistas y del nuevo aeropuerto de Girona, pero también de la cultura nacionalpopular que promueve el régimen, con un protagonismo especial para el sol y la playa, los toros, el flamenco, el fútbol... Existe un folklore oficial, con concesiones a la sardana, la cocina local o los trajes regionales, aunque también se cuelan algunas imágenes de mujeres que remiendan las redes, de vendedores de cántaros que recorren las playas con burro y de subastas con el pescado por el suelo que rompen el estereotipo de país moderno y próspero. Helena Tatay destaca la libertad con la que actuaban los fotógrafos de postales, un producto escasamente regulado, y eso explica que puedan verse imágenes con un guardia civil mirando el mar de forma bucólica, un niño con un pitillo en la boca o unos chiquillos vestidos con traje regional, uno de los cuales lee el
Cavall Fort (la postal lleva por título “Catalunya típica”, de 1966).
Las playas repletas de gente o las nuevas urbanizaciones eran un símbolo del éxito de esa España que abría sus fronteras a las clases trabajadoras de Europa. Un país cuya economía se avanzaba a la política. Las postales son un relato de contrastes y contradicciones, en el que como señala Enric Marin, “quizás ni París era tan luminosa, ni la Costa Brava y Barcelona tan grises”.
Jordi Puig ha sabido complementar esa selección de imágenes con algunas perlas periodísticas. como esa crónica desde Llafranc en el diario Los Sitios (5/VIII/ 1962) donde se explica que ...“aprovechando un momento en que Bernie Jean estaba en el agua, llevando un bikini, le arrebató la parte inferior y salió del mar rápidamente y se dirigió a un mástil donde estaba izada la bandera española, la arrió y colgó en el mástil la citada prenda. Inmediatamente de conocerse el hecho intervino la Guardia Civil del puesto de Palafrugell, que detuvo a los cuatro individuos que estaban en aquel lugar y los puso a disposición de la autoridad militar”. O ese texto aparecido en la revista
Blanco y Negro (21/IX/1968): “Como todos los tipos de vacaciones, el camping puede ser tan provechoso como perjudicial, según se considere como un periodo de rigurosa higiene de vida o como
una ocasión de vivir a la manera de los salvajes”.
El otro punto de interés es la evolución que muestran estas mismas fotografías. A través de ellas se puede ver la transformación/destrucción del paisaje, la extensión de las zonas urbanas como una mancha de aceite que crece montaña arriba. Pero también se aprecia la disminución del textil de los bañadores, la mejora del parque automovilístico, la transformación de los hoteles y los grandes hitos de esos años: los canales de Empuriabrava, el lujo del hotel Cap Sa Sal, el Club Med de Cadaqués, el aeropuerto de Girona... Un capítulo aparte se dedica al diseño gráfico y a los efectos ópticos, con el primer photoshop que hace desaparecer las nubes del cielo o añade una chica desnuda sobre una antigua postal. Y ya en el capítulo final, Jordi Puig rinde homenaje a los más de 60 fotógrafos y a todas las empresas que comercializaron estas postales hoy convertidas en historia.