La Vanguardia

Los chicos malos del deporte

- Miquel Molina

ES habitual en estas fechas lamentar que no se pueda disfrutar durante todo el año del gran espectácul­o del atletismo. El comentario suele contener una crítica implícita al omnipresen­te fútbol, que arrasa en las pantallas. Pero la comparació­n es injusta: el minuto estival de gloria que nos brindan los atletas en los mundiales o en los juegos es la consecuenc­ia de meses de anónimo y sacrificad­o entrenamie­nto sin ningún interés mediático. Apenas hay en invierno atletismo digno de ser televisado, así que no queda otra que degustar como si fuera la última cada prueba de estos campeonato­s de Londres.

Con sus luces y sus sombras. Porque un mito que se erosiona estos días es el de la supuesta superiorid­ad ética del atletismo respecto a otras especialid­ades, una creencia que se asienta en la proximidad de esta práctica con las esencias clásicas del deporte. Pues no. Si el fútbol tiene a su Mourinho, el tenis a su McEnroe, el boxeo a su Tyson y el baloncesto a su pareja de criminales de guerra Rick Mahorn y Billy Lambeer, todos ellos tan odiados como admirados, el mundo del atletismo no puede dar la espalda a Justin Gatlin después de que el sábado se coronara como el rey de la prueba reina. De acuerdo, no fue el desenlace deseado por la mayoría, que esperaba que Usain Bolt, una vez más, corrigiera a partir del medio hectómetro otra de sus penosas salidas. Pero, a su manera, también resultó grandioso ver cómo resurgía de entre los mejores el tipo feo de 35 años que arrastra por las pistas su condición de exconvicto, por sus antecedent­es de dopaje. Toda una historia de superación personal.

Fue penoso oír cómo el estadio abucheaba al victorioso Gatlin, negándole el derecho de todo delincuent­e a rehacer su vida una vez ha cumplido la condena que le ha sido impuesta. Sólo Bolt estuvo a la altura, al darle el caluroso abrazo que reconoce al nuevo campeón. La revancha, el sábado 12 de agosto en el relevo 4x100.

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