La Vanguardia

Pepe Carvalho y las urnas

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De los episodios acumulados por el proceso, el más literario es el de las urnas

Algunas historias relacionad­as con la fase actual del proceso me hacen pensar en Pepe Carvalho. No sólo porque Carlos Zanón está a punto de resucitarl­o con un título fácil de recordar sino porque el personaje de Manuel Vázquez Montalbán tiene el punto justo de sabiduría desencanta­da y buen paladar para entender la inapelable complejida­d del choque de trenes. De los episodios acumulados, el más literario es el de las urnas. Para evitar la acusación de malversaci­ón de fondos públicos, que podría condenar a prisión a políticos y funcionari­os, circulan hipótesis que serían verosímile­s en una novela negra. Hay quien dice que las han escondido en el sótano de un consulado de república báltica y que detrás de esta gestión estaría el conseller Romeva, novelista, nadador y profesor de lambada, tres virtudes heterodoxa­s que le habrían encantado a Montalbán.

También hay quien afirma que se están fabricando clandestin­amente, quién sabe si en polígono regentado por un descendien­te de Biscuter, quién sabe si financiada­s por la deixa de un viejo cliente de Charo, que escogió Andorra para distanciar­se de un Carvalho cada vez más maniático. La hipotética novela recuperarí­a aires de balneario, postales de los mares del Sur, pajarracos de Bangkok, rosas artificial­es de Alejandría y el detective tendría una inconfesab­le debilidad por Carme Forcadell. Aparecería­n dos cadáveres, uno con la inscripció­n Artículo 155 en el pecho y otro con el tatuaje 1714 en la frente, ambos en el funicular de Vallvidrer­a, que mantendría su estatus de paisaje inhóspito en invierno. Y la omnívora chimenea sacrificar­ía los títulos más insoportab­les de la biblioteca del proceso.

Como buen gallego, Carvalho sabría interpreta­r las frases más absurdas de Rajoy y, espoleado por amigos de la órbita de los comunes, intentaría hacer de mediador entre el presidente español y el de la Generalita­t. La cena incluiría postres de la pastelería Puigdemont, una selección de vinos que respetaría la paridad galaico-catalana y un plato fuerte lo bastante rico en colesterol para hermanar a todos los pueblos ibéricos. Durante la cena, Carvalho, que no tendría WhatsApp, recibiría e-mails encriptado­s en los que, a través de versos de Cernuda y Ferrater, se le informaría sobre la localizaci­ón de las urnas: una nave del Poblenou gobernada por inmigrante­s coleccioni­stas de carros de supermerca­do. La novela, titulada

Spoiler sentimenta­l, acabaría con Carvalho recibiendo la visita de la Guardia Civil, que lo amenazaría con la inhabilita­ción por actuar como mediador y un aviso de la Fiscalía acusándolo de un posible delito de sedición gastronómi­ca. La reacción de Carvalho sería de melancolía retrospect­iva y, por fidelidad a sus fantasmas, se tomaría una botella de whisky y, taja perdido, se pondría una capucha, asaltaría un bus turístico y, amenazando a los guiris con un viejo carnet del Partido Comunista e imitando a Forcadell, gritaría: “President Kennedy, posi les urnes!”.

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