La Vanguardia

Como vinimos al mundo

- Magí Camps

Los amantes de bañarse desnudos, respetuoso­s, se han escondido en calas apartadas por no molestar

Pocos días antes de morir, cuando escogía la ropa con que quería ser enterrada, una vieja amiga soltó: “A esta vida sólo venimos a buscar la ropa: nacemos desnudos y nos entierran vestidos”. Estas palabras son un buen resumen de la polémica que rodea al nudismo o naturismo, según el punto de vista.

Para unos, los que hablan de nudismo, la cuestión es ir desnudo, sin más misterio. Para los otros, los que se denominan naturistas, el hecho de no llevar ropa es volver a los orígenes, al nacimiento, al día en que llegamos a este mundo sin ropa.

En cualquier caso, los amantes de bañarse en cueros han ido conquistan­do a lo largo de los años rincones de la costa donde poder tomar el sol sin ropa de baño y, sobre todo, sin que nadie se sienta incómodo. La tónica general era y es llevar bañador, por ello los naturistas, respetuoso­s, se han escondido por no molestar.

En esta búsqueda de enclaves apartados, los naturistas han descubiert­o y han acabado habilitand­o calas que son verdaderos paraísos terrenales. Hasta hace muy poco, el público en general se bañaba en las playas de más fácil acceso, mientras que los que querían hacerlo sin ropa caminaban un poco más, se encaramaba­n por caminos y acantilado­s, y disfrutaba­n del mar en paz: sin curiosos y sin violentar a los textiles.

Los textiles, como es sabido, son los que llevan bañador en playas de tradición naturista. Pero los textiles son como el caracol manzana: todo lo invaden. Hasta hoy, la convivenci­a era ejemplar y en las playas recónditas donde la gente se bañaba desnuda había algún textil suelto para dar color. Ahora, en cambio, cada vez son más los textiles que aparecen en rebaño: grupos de amigos y familias enteras, incluso con música incorporad­a, lo nunca visto hasta hoy en una playa naturista como la de la Illa Roja, en Begur.

Algunos naturistas opinan que no debería haber fronteras entre unos y otros, y que cada uno se bañe como quiera y donde quiera. Pero bien es sabido que eso no es posible, porque los que van sin ropa no se pueden bañar en la playa Gran de Pals –por poner un ejemplo– ni en las piscinas públicas, sin captar la atención general, recibir algún reproche o, directamen­te, la prohibició­n.

Formentera siempre había sido una isla naturista, pero la invasión de italianos, que llevan más ropa en la playa que por la calle, la ha convertido en un gueto de transalpin­os con bañadores de cuello alto. Los naturistas, que se bañaban en cualquier cala, hoy se han de esconder, sobre todo porque hieren a la vista esos bikinis con flequillos, como los que llevaban antiguamen­te las vedettes del Molino.

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