“Esto no cambia nada”
Usain Bolt minimiza su derrota en su última carrera de 100 m: “Aún soy yo”
–¿Cómo? –brama Usain Bolt (30), respondiendo a una periodista.
En el frescor de la noche del sábado, 150 cronistas se han hacinado en una sala. Se ha hecho tarde, y los 70.000 espectadores que hora y media antes ocupaban los asientos del Estadio Olímpico de Londres, esperando la última proeza de su leyenda, han abandonado el lugar. Se iban mudos. ¡Había caído Bolt! Se ha hecho tarde. Pero ahí, en la sala de entrevistas, nadie se mueve.
Los periodistas esperan a tres hombres. Uno, Bolt, ha llegado decepcionado. Otro, Coleman, reflexivo. Y el tercero, enrabiado.
El último es Justin Gatlin (35). Y acaba de vivir una experiencia contradictoria. Ha vencido a Bolt. Ha logrado el segundo título mundial de su carrera (el primero se pierde en el tiempo: hay que ir hasta el 2005). Y se ha visto abucheado. –¿Cómo? –insiste Bolt. La pregunta de la periodista le ha sacado del ensimismamiento. El astro llevaba un rato ausente. Acababa de perder la primera final de 100 m en su carrera. La primera, en su último compromiso individual. Estaba incómodo y abstraído.
La periodista británica le ha hecho perder la paciencia. Había dicho la mujer: –¿Es posible que el bajo nivel de las marcas, en la final de hoy (9s92 para Gatlin; 9s94 para Coleman y 9s95 para Bolt), tenga algo que ver con el endurecimiento en los controles antidopaje? –¿Cómo? –brama Bolt. –Decía que si el bajo nivel... –Ya le he entendido. No hace falta que lo repita. Mejor que no lo repita –la interrumpe Bolt, que se ha encendido–. Es muy irrespetuoso lo que usted dice. He probado siempre que estoy limpio. Gatlin también lo ha hecho en los últimos tiempos. Coleman (plata) es joven y acaba de llegar. Hemos hecho grandes cosas… ¡Guau, vaya pregunta! Y luego salta Gatlin: –Nosotros trabajamos muy duro mientras vosotros permanecéis ahí sentados, con vuestros ordenadores. Hemos hecho lo mejor que el mundo puede hacer. Abajo los periodistas protestan: –¡Nuestro trabajo también es duro, oiga!
–Y Coleman ¿qué tiene que decir al respecto? –le preguntan al muchacho, que apenas suma 21 años. –Lo que digan ellos está bien. El futuro es de Coleman. Pero el presente corresponde a los otros.
Esta es la noche de Bolt, el tipo que ha llegado decepcionado. Y de Gatlin, enrabiado, que ha soltado todo su malestar.
Se conoce la historia de Gatlin. Dos positivos manchan su historial. El primero, del 2001, por anfetaminas. Era un júnior. Dijo que el médico se las recetaba. Sufría déficit de atención. Le rebajaron la sanción a un año. El segundo, del 2006, fue por testosterona. Le correspondía un castigo de por vida, luego reducido a ocho años y al final, a cuatro: pensaba colaborar contra el dopaje.
Los aficionados no se lo perdonan. Le abuchean allí donde va:
–Estoy acostumbrado. No nece-
sito el cariño del público. Me han voceado en el 2010, el 2011, el 2012 aquí, en Londres. También en el 2013, el 2014, el 2015 y el año pasado, en Río. Solo soy un corredor, alguien que ha aprendido de sus errores y se ha arrepentido. –¿Y le gusta ser un chico malo? –No sé a qué viene eso. ¿He insultado a alguien? No hablo mal de nadie. Soy elegante también en la derrota. ¿No acabo de arrodillarme para despedir a Bolt? A su lado, Bolt asiente. –¿Y cómo se siente en la derrota? –le preguntan al jamaicano.
–Esto no cambia nada. Lo que yo debía hacer por el deporte ya estaba hecho. Aún soy yo. Solo estoy algo avergonzado por mi mala salida –responde, desde su atalaya.
Luce once oros mundiales y ocho títulos olímpicos. –¿Y qué hará ahora? –Pensar en una vida normal. Esta es mi oportunidad para vivir.
Pero antes le queda un último paso: el relevo corto, el sábado.
“No sé por qué me llaman chico malo; ¿he insultado a alguien? Felicito a mis rivales”, protesta Gatlin