La Vanguardia

Y yo me creía olímpico

- Sergio Heredia

No. El del 92 fue un mal verano. Lo recuerdo muy bien. O muy mal. Yo tenía 22 años. En aquel curso, había perdido muchas carreras de 800 y 1.500 m. Diría que demasiadas. Me habían suspendido un montón de asignatura­s en los exámenes de junio. Estaba en cuarto de Derecho. Mis padres habían decidido reformar el piso, casi por entero. Las obras se prolongaro­n por mucho tiempo. Mi padre estaba hecho una furia, con tantos escombros. Todo era un lío, el camarote de los hermanos Marx.

Tres años antes, estaba convencido de que el del 92 iba a ser un verano estupendo. Entonces, en el 89, yo destacaba entre los mediofondi­stas júniors. Me clasificab­a para Campeonato­s de Europa. Ganaba a la mayoría de los sénior. Alguna vez me había visto codo con codo junto a Fermín Cacho. Me veía corriendo en Montjuïc. A veces, alguno me preguntaba: –¿Ya te has apuntado como voluntario? Y yo, ingenuo, respondía: –¿Voluntario en Barcelona’92...? ¿Yo...? ¡Pienso participar allí! No. Mal. Cuando arrancaron los Juegos, me encerré en la habitación. Pasaba buena parte del tiempo clavando los codos en el pupitre. Debía recuperar las asignatura­s que me habían tumbado. Habían sido unas cuantas. Bastantes.

Me tomé el reto muy en serio. Tanto, que renuncié a muchos de los eventos. Vi los Juegos a cuentagota­s. Recuerdo que me asomé al Estadi en una ocasión –me veo una mañana, ascendiend­o por las escaleras mecánicas junto a mi padre–. Y que, en otra, fui a ver el béisbol: se enfrentaba­n los dominicano­s y los cubanos. Y una mujer dominicana voceaba: –¡Tírele a la cabesa! (sic). También recuerdo que, el día de la final de los 1.500 m, uno de mis hermanos llamó a la puerta de la habitación. –¡Tío, que corre Cacho! Esa no me la podía perder. Salí deprisa y me planté ante la televisión. Frustrado en mi interior –yo debía estar allí, yo debía estar allí–, vi cómo aquel coloso del mediofondo se manejaba como siempre lo había hecho, empotrado en la calle interior, en los primeros puestos del grupo.

Cómo Cacho miraba y miraba a todos lados, puro nervio, y cómo metía el codo para mantener la posición. Cómo voceaba la gente en el estadio y también Carlos Martín, el comentaris­ta en la tele. Cómo en la contrarrec­ta le ganaba la calle interior a Joseph Chesire, y cómo aparecía en cabeza en el último cien, majestuoso, invencible.

Luego, con el corazón disparado, volví a enclaustra­rme, a seguir a lo mío. Qué cruz, el Derecho Civil Hipotecari­o y Registral.

Qué veranito aquel, descompues­to y apaleado.

¿Para qué recordarlo?

Frustrado, tuve que sentarme ante el televisor para ver cómo Fermín Cacho le robaba la calle interior a Joseph Chesire y volaba hacia el oro en la final de 1.500 m

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