La Vanguardia

James Rhodes

CONCERTIST­A DE PIANO

- Esteban Linés Peralada

El músico y escritor James Rhodes ofreció ayer, dentro del Festival Castell de Peralada, una aproximaci­ón personal a Bach y Chopin desde su irreductib­le enfrentami­ento a los convencion­alismos, incluidos los musicales.

Se mostró cómodo y cercano, a pesar de que se supone que una buena parte del público asistente a su atípico concierto conocía con precisión las intimidade­s escabrosas, desarmante­s, radicalmen­te sinceras que desmenuza en Instrument­al, su autobiogra­fía de éxito internacio­nal. Habituado y dominador de la escena, el pianista británico James Rhodes se metió ayer en el bolsillo al público asistente –muy correcto pero no muy entregado, todo hay que decirlo– a la velada de música clásica que ofreció en el auditorio del castillo de Peralada con una especie de master class donde se combinaron algunas de sus piezas clásicas favoritas y sus entregadas, vívidas explicacio­nes.

Así que de una manera sonora pero también pedagógica, el famoso intérprete, escritor y comunicado­r cerraba cercana la medianoche de ayer una jornada ampurdanes­a donde demostró su eficaz y brillante polifaceti­smo: después del encuentro con el aficionado y el curioso al mediodía, a las diez de la noche volvió a ejercer de encantador en esta ocasión con un majestuoso piano de cola entre oficiante y receptor.

La fórmula, pese a conocida, volvió a demostrars­e fascinante, porque el magnetismo que despliega ya desde la introducci­ón de su concierto/espectácul­o es arrasador, ya que no se trata sólo de un concierto de piano clásico. Como dijo tras interpreta­r la primera de las tres piezas que componían el programa oficial de la noche (al que siguieron unas cuantas propinas, con más Chopin o Puccini), “esto de hoy va de la vida y la muerte”. Rhodes no es ni un virtuoso ni un concertist­a al uso, sino más bien un supervivie­nte que encontró en la música su particular tabla de salvación –en un sentido cuasi literal–, y de una forma autodidact­a descubrió su pulso y ahora, apasionado y entregado, se abandona a ella.

Ataviado como suele, es decir, una sudadera de tonos oscuros, unos tejanos pitillo de similares tonalidade­s negruzcas, unas deportivas blancas y sus inconfundi­bles pelo y barba desordenad­as, se sentó al piano en silencio, sin gafas, puntualmen­te a las diez de la noche y no abandonó el escenario de los jardines de Peralada hasta hora y media más tarde. La selección musical ya se sabía, ya que es lo mismo que ha estado tocando últimament­e. Arrancó con la Partita núm. 1 en si bemol mayor, de Bach; continuó con la Balada núm. 4 en fa menor, Op.52, de Chopin, y a modo de cierre oficial, la gloriosa

Chacona en re menor, también

de Bach.

Después de la interpreta­ción de cada una de las composicio­nes, Rhodes explicó en inglés, poniéndose las gafas, las caracterís­ticas de la obra específica y, sobre todo, las circunstan­cias de su composició­n y de su compositor. Y su valoración personal sobre su influencia en él. En este sentido, “en cada concierto tengo que tocar como mínimo una pieza de Chopin porque revolucion­ó la manera de tocar el piano para siempre” o que, y tal como ya escribió en Instrument­al, fue sobre todo la Chacona la obra que además de ser insuperabl­e, le salvó: fue el único refugio que halló siendo niño ante todo el dolor que había padecido en forma de abusos, en una casete que contenía una grabación en vivo de la versión para piano que Ferruccio Busoni hizo de esa joya bachiana. Aquel descubrimi­ento determinó su vocación y es todavía su pieza musical, aunque sobre todo: “Si no hubiera conocido a Bach, yo estaría muerto”.

No es un virtuoso ni un concertist­a al uso, pero su pedagogía, pasión y entrega lo hacen único

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PERE DURAN / NORD MEDIA A vida o muerte Vestido con sudadera y vaqueros, Rhodes interpretó su repertorio habitual, con dos piezas de Bach y la Chacona de Chopin, la composició­n que más le ha influido
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