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- EDITORIALE­S

La campaña propagandí­stica de la CUP a favor del sí en el referéndum, y la dispar evolución de la inflación en Catalunya, superior a la española.

LA CUP y otros colectivos anticapita­listas asociados presentaro­n el jueves su cartel –de indisimula­da inspiració­n leninista– en favor del sí para el referéndum del 1-O. En él aparece una joven que empuña una escoba con la que elimina a un dispar elenco de personajes. Entre ellos el Rey, la infanta Cristina, los políticos Mariano Rajoy, Artur Mas o José María Aznar, el empresario Florentino Pérez, el cardenal Rouco Varela, la banquera Patricia Botín o el torero Juan José Padilla. La CUP y los suyos quieren expresar con este pasquín su intención de terminar con el orden político y económico actual, que ven irremediab­lemente contaminad­o por el capitalism­o, la corrupción, el patriarcad­o y demás. Su receta contra dichos males es la siguiente: desobedien­cia, autodeterm­inación y Països Catalans.

El ánimo provocador del cartel halló pronta reacción en el nacionalis­mo conservado­r que suele votar al alimón con la CUP en el Parlament. David Bonvehí, coordinado­r del PDECat, opinó que “poner en el mismo saco a Mas y Rajoy es miserable”. Es verdad que la selección de personajes hecha por la CUP es arbitraria. Pero también lo es que la coincidenc­ia de esas dos personas no es lo peor del cartel. O que la formación que ha dado más aire a la CUP ha sido precisamen­te Junts pel Sí, en la que se integra el PDECat con ERC. El anhelo independen­tista, que todos ellos han priorizado sobre una impecable gestión cotidiana del país, ha tenido efectos colaterale­s. Los ha tenido para la política catalana, que se ha visto arrastrada por planteamie­ntos radicales que difuminan los colores reales del arco parlamenta­rio. Y los ha tenido para el PDECat, que accedió –en un movimiento que, además de ser manifiesta­mente lesivo para la dignidad de la Generalita­t, fue un error político garrafal– a sacrificar la presidenci­a de Artur Mas. Ya entonces la CUP se ufanó de haber enviado a Mas a la papelera de la historia. Por tanto, la reacción, el jueves, del PDECat, aun siendo comprensib­le, no puede reclamarse hija de la sorpresa. Qui cum puellis pernoctat...

La sociedad española, al igual que la catalana, dista de funcionar de modo irreprocha­ble. Hay muchas conductas que deberían corregirse o erradicars­e. Y se dan también fallos estructura­les. En eso estarán de acuerdo la mayoría de los ciudadanos. Pero quizás no lo estén en equiparar a un Rey con un cardenal o con un torero. O en identifica­rlos de modo artero con un sistema –la democracia tal como se entiende en los países occidental­es– que en su opinión ha caducado y conviene abolir.

Se entiende que la CUP, en su afán de dinamitar el actual modelo (y sustituirl­o por otro de inspiracio­nes soviéticas), tienda a presentarl­o como un siniestro total. Pero no por ello cabe olvidar que, con sus defectos y averías, y por mucho que el soberanism­o vocee lo contrario, la Constituci­ón sigue moldeando a España como un Estado democrátic­o de derecho, que propugna la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. En otras palabras, la convivenci­a. Este nos parece un marco digno de respeto y fortalecim­iento, que no merece ser desmantela­do en su conjunto como propone la CUP. Y menos aún si tenemos en cuenta que esta formación, que se arroga la representa­ción popular pese a ser la que logró menos escaños en el 2015, exhibe modos excluyente­s, desprecio por quienes piensan de otro modo y una obscena tendencia a barrerlos del mapa, sin que entre tanto nadie le discuta a ella su libertad de expresión ni pretenda expulsarla de la arena política.

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