El principio del fin del imperio británico
Al hilo de los avances japoneses, Gandhi hizo su llamamiento final a la desobediencia civil: “Quit India” (“Abandonad India”) era su único mensaje a los británicos hasta lograr la independencia
La infinita paciencia del Mahatma se agotó un bochornoso sábado de agosto en Bombay. El calor opresivo y la humedad putrefacta del monzón hacían presagiar –como en una película de Spike Lee– que hasta la menor chispa provocaría un incendio imparable.
Corría el año 1942 y el imperio británico hacía agua en Asia ante el tsunami del ejército japonés. Singapur, Malaya y Birmania caían como fichas de dominó ante las tropas de Hiro Hito. Estas, reforzadas con prisioneros sijs, hindúes y musulmanes, realistados en el Ejército Nacional Indio de Chandra Bose, llamaban a las puertas de la Joya de la Corona.
El señuelo nipón de “Asia para los asiáticos” provocaba angustia en Londres, sentimientos ambiguos en las masas de Calcuta, Delhi o Bombay y excitados cálculos en la plana mayor del Congreso Nacional Indio (CNI).
Presionado en varios frentes, Winston Churchill había enviado en marzo al ministro Stafford Cripps a amarrar la lealtad india con la promesa de un estatus similar al de Australia, una vez acabada la Segunda Guerra Mundial. “Es el pagaré de un insolvente”, ironizó Mohandas K. Gandhi, que no quería hablar ya de nada que no fuera “la absoluta independencia”, en compensación por las hambrunas y sacrificios indios. Aunque India aportaba dos millones de soldados en cuatro continentes –90.000 de los cuales murieron– el virrey seguía vetando a los indios en las decisiones relativas a su defensa.
Así que el Mahatma observaba muy atentamente el empuje japonés, aun reiterando que India no iba a “sustituir una esclavitud por otra”. Un año antes, Winston Churchill había tenido que aceptar el derecho de autodeterminación introducido por Roosevelt en la Carta del Atlántico. Y pocos meses atrás, la India Británica había sido incorporada como uno de los 26 firmantes de la llamada Declaración de las Naciones Unidas.
Por todo ello, después de un cuarto de siglo de avances graduales, para Gandhi, Nehru y compañía había llegado la hora del “todo o nada”. Los británicos tenían que regresar a su isla. “Quit India” (“Abandonad India”), una frase acuñada por el alcalde de Bombay, Yusuf Meher Ali, se convirtió en el lema de la nueva campaña de desobediencia civil. La definitiva. El recinto escogido, en la explanada de Gowalia Tank, era el mismo en que se había fundado el CNI en 1885. Auspicioso por fuerza, habiendo sido un lavadero de vacas.
Desde allí Gandhi, en su “ahora o nunca”, llamó a ver al imperio desnudo y a no reconocer sus uniformes ni sus órdenes, para hacer historia: “A partir de ahora consideraos hombres y mujeres libres y actuad como si ya no estuvierais bajo el imperialismo. Karengue ya
Marengue: hacedlo o pereced en el intento”.
Muy cerca de lo que ahora se llama parque de la Revolución de Agosto está el Mani Bhavan, durante años residencia de Gandhi en Bombay y hoy museo. Sin embargo, aquellos días dormía en la mansión de Birla, en el exclusivo Malabar Hill, cerca de la casa de Jinnah, luego padre de Pakistán.
Allí acudió en la madrugada del 9 de agosto la policía británica, que conduciría a Gandhi hasta Victoria Terminus. De allí viajaría en tren hasta su jaula dorada: el palacio del aga ján en Puna. El resto del comité central del CNI fue encarcelado en celdas vulgares, hasta prácticamente el final de la guerra. Aunque el segundo día del congreso había sido abortado, más de 30.000 congregados supieron de boca de otros acerca de la resolución del día anterior y los encarcelamientos.
Fue como si estallara un volcán. Cientos de estaciones, oficinas de correos y otros organismos fueron arrasados. Los extranjeros eran apedreados y los británicos recurrieron incluso a ráfagas aéreas para reprimir áreas declaradas “libres”. Cuatro mil personas perdieron la vida y 60.000 independentistas dieron con sus huesos en la cárcel.
A diferencia del jefe de la Liga Musulmana, Gandhi había creído que la guerra acabaría en pocos meses (duró casi tres años más) y que el único modo de mantener India unida era la independencia exprés, antes de que los británicos pudieran concederle Pakistán a Ali Jinnah como premio a su lealtad.
Pero los musulmanes no fueron los únicos que se desentendieron del Quit India. Los comunistas, ante la invasión de la URSS, apoyaron a los Aliados. El referente de los parias, Ambedkar, desconfiaba de las castas altas que dominaban el CNI. Y la derecha hinduista jamás dejó de colaborar con los británicos.
Luego, en 1944, falleció la esposa de Gandhi y, un mes más tarde, este era liberado. Los británicos habían aguantado el embate, pero la independencia mental de los indios era ya irreversible, en un contexto internacional favorable. “La libertad no es para los cobardes”, dijo Gandhi desde su menudez de hierro. Y la Madre India iba a servir de inspiración a otros partos nacionales.
“Quit India” llenó las cárceles indias de decenas de miles de independentistas Gandhi confiaba en que el sacrificio indio durante la guerra sería recompensado