La Vanguardia

Turismo: un mal negocio

- OBSERVATOR­IO GLOBAL Manuel Castells

Este año el número de turistas en España se acercará a los 80 millones, tras crecer un 11% sobre el 2016. Catalunya recibe casi un 20%. En el 2015 la industria turística representa­ba un 11,1% del PIB y un 12% del empleo. Hoy son 2,8 millones de trabajador­es. Su aporte al crecimient­o económico es de 1/3 del total. Se trata, pues, de la industria motor de la economía española, porque se beneficia de la insegurida­d en otros destinos posibles en el Mediterrán­eo y porque los gastos por vacaciones de los europeos siguen aumentando. Excepto en España, por cierto, donde el 40% de los españoles no ha podido salir de vacaciones este año.

Cierto es que se trata de un turismo barato, con un gasto medio de 129 euros diarios, muy por debajo de lo que gastan en Francia e Italia. Y también se observa un decrecimie­nto de la estancia media, que ha bajado a 7,9 días. Está pasando cada vez más de los turoperado­res y las grandes cadenas hoteleras a un turismo de alojamient­o semilegal organizado por los intermedia­rios de internet como Airbnb con la complicida­d de propietari­os e inquilinos especulado­res, en ruptura con sus vecinos.

La saturación es evidente: en Baleares este año se esperan 2,03 millones de turistas siendo así que el total de ciudadanos empadronad­os en las islas es un millón cien mil. Lo cual repercute en la incapacida­d de los servicios públicos, en particular sanidad, para satisfacer las necesidade­s de esa población estacional; en el encarecimi­ento de alquileres y precios por la distorsión entre la demanda global y la oferta local; en el desalojo de inquilinos que no pueden seguir viviendo en su ciudad, y en la destrucció­n de la convivenci­a ciudadana por el turismo de borrachera y drogas que caracteriz­a una parte de ese turismo. La saturación de un turismo a veces de poca calidad cívica explica las reacciones ciudadanas en diversos lugares, particular­mente en Catalunya y Baleares, los territorio­s más sometidos a esta presión incontrola­da. No son reacciones violentas en modo alguno. Todavía no hay partes médicos de turistas heridos por lanzamient­o de confetis. Y algunas pintadas excesivas de gente exasperada no se han traducido en un solo acto de violencia física. Comparar esta protesta como hace el PP con la kale borroka es una ofensa a los demócratas vascos que tuvieron que sufrir en sus carnes la violencia del entorno de ETA en su momento. Aunque es sintomátic­o que para este PP sitiado por la sociedad cualquier protesta le parece potencialm­ente delictiva. En realidad, en el mundo mediático en que vivimos, las acciones simbólicas de protesta contra el turismo depredador, que no contra el turismo debidament­e regulado como cualquier otra actividad económica, han servido para despertar la conciencia de la ciudadanía y de los gestores políticos de que hay un problema serio que es necesario abordar.

Ahora bien, en el fondo de la relativa indiferenc­ia que había con estos problemas se encuentra la idea de que es un peaje necesario que pagar por una actividad económica que nos da de comer en muchas zonas del país. De hecho, los beneficios económicos de este turismo son más que discutible­s. Se trata simplement­e de una idea obsoleta de la economía en la que los beneficios de las empresas y la creación de empleo, el que sea, es lo único que importa. Olvidando tanto la contribuci­ón al desarrollo de la riqueza del país a largo plazo como los costos no contabiliz­ados, presupuest­arios, sociales y medioambie­ntales. Porque la madre del crecimient­o de la riqueza es la productivi­dad del trabajo.

El crecimient­o de la productivi­dad española fue negativo entre el 2000 y el 2014 y su repunte está por debajo del 1% anual, muy por detrás de nuestro entorno. Y esa situación está directamen­te relacionad­a con la predominan­cia de sectores de baja productivi­dad como son el turismo y la construcci­ón. La baja productivi­dad no es necesariam­ente el resultado del tipo de actividad (en Estados Unidos o Francia, el turismo es más productivo que la media), sino de la baja cualificac­ión de los trabajador­es. Esta baja cualificac­ión está directamen­te relacionad­a con la predominan­cia del empleo temporal en el sector, porque en los pocos meses que trabajan los empleados no pueden cualificar­se ni a los empresario­s les interesa formarlos.

Además, las condicione­s de trabajo son frecuentem­ente inhumanas, como han denunciado los sindicatos (hacinamien­to, intensidad de los ritmos de trabajo, precarieda­d). Y los salarios son los peores del mercado de trabajo, mileurista­s o menos en término medio. Lo cual tiene consecuenc­ias importante­s sobre el déficit del Estado de bienestar, tal como ha analizado Miquel Puig. Por la sencilla razón de que los bajísimos sueldos apenas contribuye­n a la financiaci­ón de la Seguridad Social mientras que los servicios de salud, educación y pensiones también deben ser proporcion­ados a estos trabajador­es y sus familias. Es decir, que cuanto más empleo se crea en el turismo en condicione­s de temporalid­ad y precarieda­d, más se agrava la crisis del Estado de bienestar y menos se contribuye a la mejora de la economía, que depende de la capacidad de consumo de la población.

Así, Baleares, que era la región más rica, está cayendo en comparació­n con otras precisamen­te por el predominio de una actividad mayoritari­amente mal pagada. Es decir, que la bonanza de un sector viene acompañada de la precarieda­d y bajos salarios para sus trabajador­es y del impacto negativo sobre el medio ambiente, la calidad de vida de los residentes y la convivenci­a ciudadana.

Un turismo regulado y encauzado, como propone el Gobierno de Baleares, es una bendición de nuestro clima y nuestra historia. Pero el turismo actual es insostenib­le y destructiv­o no sólo socialment­e sino económicam­ente.

Cuanto más empleo se crea en el turismo en condicione­s de temporalid­ad y precarieda­d, más se agrava la crisis del Estado de bienestar

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