Una cuestión de escobas
El éxito de la propaganda gráfica radica en suscitar una reacción inmediata de adhesión o rechazo. La CUP ha sabido presentar su cartel con honores de noticia –en agosto, ya se sabe– y las reacciones confirman el acierto de la estrategia. Aquí ya no se puede hablar ni de vandalismo ni de kale borroka ya que la manifestación se inscribe en el ámbito, indispensable en democracia, de la libertad de expresión. Si, con buen criterio, hemos integrado el trabajo de las revistas satíricas o los gags del Polònia, es lógico que, en un ámbito mucho más ideologizado, el cartel genere la sana polémica del me gusta, no me gusta o me la suda. Esta semana ya tuvimos un ejemplo de campaña (Demòcrates per Catalunya) igualmente legítima pero que –todo es cuestión de gustos– parecía más torpe y utilizaba un humor maniqueo y poco elaborado.
Y es que en materia de provocación también hay clases. Y es evidente que la CUP y la izquierda radical tienen mucha más práctica y tradición en este ámbito que Demòcrates per Catalunya. Quizás por eso, las discusiones generadas por el cartel tienen el aliciente de acumular reacciones contradictorias e incluso hay quien se escandaliza que la persona que barre sea una mujer (¿por qué no?) y no entienden la presencia del torero tuerto (¿por tuerto o por torero?), lamentan que Artur Mas acompañe a Jordi Pujol e incluso encuentran de pésimo gusto que aparezca una persona muerta como Rita Barberá.
Otro acierto del cartel es utilizar el símbolo de la escoba, que conecta con ancestrales y paganas interpretaciones de purificación espiritual y recursos folklóricos tan preservados como utilizar la escoba no sólo como utensilio de limpieza sino también para mantener a raya a los malos espíritus o para poner detrás de la puerta cuando tus invitados excesivamente locuaces se eternizan. ¿Hubieran podido utilizar una escoba más moderna, como las eléctricas que se anuncian incansablemente en las fascinantes teletiendas? Quizás sí, pero el consumo eléctrico tampoco habría conectado con la conciencia ecológica de la CUP y se entiende que el modelo de escoba elegido sea el más asequible y popular. La oferta en el sector es considerable y se vende por partes. Por un lado, el cepillo. Por otro, el mango. Lo mismo pasa con los recogedores, que pueden ser de una pieza (y te tienes que agachar) o con mango (que evita lumbalgias sobrevenidas tipo Rajoy). La parte del cepillo más habitual es la especial para espacios pequeños (3,29 euros, no es el caso de la de la CUP, que debemos interpretar que aspira a limpiar toda la superficie terrícola) y otra, más ambiciosa (5,39 euros), que se ofrece con el eslogan de “3 en 1: antichoque, antipolvo y antipelos”. Aquí el problema sería que, históricamente, la CUP ha demostrado que es comprensiva y tolerante con el choque, no se asusta por el polvo y no condena ni combate la libre exhibición de pelos.
Las discusiones generadas por el cartel tienen el aliciente de acumular reacciones contradictorias