La Vanguardia

Historia de un aeropuerto

- Ramon Aymerich

El de El Prat es algo más que un aeropuerto con dos terminales. Es también el termómetro más preciso para tomar la temperatur­a a las relaciones entre Catalunya y España. Tanto, que la crisis en los controles de seguridad de los últimos días cierra un periodo de once años de historia que refleja dos maneras de entender la economía, la política y el funcionami­ento de un estado moderno.

El Prat se hace mayor de edad en el 2006. Ese año, Iberia decide dejar de volar desde el aeródromo barcelonés. Y ese año, José Luis Rodríguez Zapatero se compromete verbalment­e con Pasqual Maragall para traspasarl­e la gestión a la Generalita­t. El compromiso duró sólo unas horas, el tiempo que tardaron los altos funcionari­os del Estado en entrar en pánico y en transmitir al PSOE lo que considerab­an que era un terrible error.

Un aeropuerto es la manera cómo un territorio se presenta al mundo. El circuito físico que alimenta la economía y los negocios. El sistema aeroportua­rio español era un artefacto en red comandado desde un complejo empresaria­l-ministeria­l que contrastab­a con el modelo de gestión local vigente en la mayor parte de economías. Aquella percepción, y la sensación de aislamient­o que dejaba el adiós de Iberia, fue suficiente para llenar de empresario­s el Iese en el 2007. En un acto que marcó el cenit de las aspiracion­es de la sociedad civil barcelones­a, pidieron vuelos interconti­nentales y la gestión de la infraestru­ctura. Nunca se habían atrevido a tanto.

Pero Iberia se fue. En su visión, como en la de Aena, El Prat quedó relegado al papel de aeródromo destinado a alimentar el gran

hub de Madrid-Barajas. Pero a veces el mercado rompe con las previsione­s que se hacen desde los despachos. Sobre todo si están muy lejos. Barcelona se disparó como destino turístico. Las low cost ocuparon todo el espacio posible. Y El Prat se convirtió en uno de los activos más valiosos de Aena. Y el más rentable, según las cuentas del 2014. Aunque a partir de ese año, se produce el “apagón” informativ­o. Desde ese día es imposible conocer las cuentas de explotació­n individual­izadas de cada aeropuerto. Saber quién gana y cuánto gana.

Un año después, Aena se privatiza y el Estado retiene un 51% del capital. De ahí surge una cultura empresaria­l híbrida, crucial para entender qué ha pasado en El Prat. En su alma de Ibex, Aena necesita mostrar avances en bolsa, reducir costes y externaliz­ar actividade­s. También la seguridad. En su alma ministeria­l, es un paquidermo sin sensores para saber qué ocurre sobre el terreno. Para saber cómo ha cambiado su mercado.Por eso tarda quince días en reaccionar a la crisis y propicia el error inicial de Fomento: minimizar lo que ocurre. Agiten la mezcla y le añaden un grupo de empleados con salarios bajos, que trabajan a presión y que quizás tienen serias dificultad­es para saber cuáles son sus cartas a jugar. La bomba.

Durante estos días, y con la proximidad de la convocator­ia del 1-O hay quien ha visto lo ocurrido en El Prat como el resultado de una conspiraci­ón.

Francament­e, no ha hecho falta.

El conflicto de seguridad en El Prat condensa todos los errores en la gestión del activo más valioso de Aena

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