La Vanguardia

La oveja negra de los Trump

- FRANCESC PEIRÓN

Antes, bastante antes de que se reuniera con emisarios rusos para conseguir material contra Hillary Clinton, y así congraciar­se con su padre, Donald Junior, o Don jr., tuvo una época rebelde.

Hoy, el hijo mayor del presidente Donald Trump se ha convertido en uno de los grandes palmeros del trumpismo, del sector ultraconse­rvador más rancio, amigo y miembro de la Asociación Nacional del Rifle (NRA).

Su cuenta de Twitter suena en ocasiones tan agresiva como la de su padre, su lenguaje no se queda atrás, capaz de manipular las palabras del alcalde de Londres a costa del terrorismo, de comparar a los refugiados sirios con skittles –chucherías de baratillo– o de provocar a los judíos por sus comentario­s más que frívolos del Holocausto y la cámara de gas.

Pero no siempre fue el “minimi” de su progenitor. Al contrario, en un giro freudiano, el hijo se rebeló contra el padre.

En 1990, Donald Trump se separó de su primera esposa, Ivana, y madre de sus tres hijos mayores (Don, Eric e Ivanka). Cuentan que el propio Trump –mediante dos supuestos relaciones públicas, que en verdad eran él y todos reconocían su voz en las llamadas– se dedicó a filtrar a los tabloides su idilio con la modelo y ocasional actriz Marla Maples.

A sus doce años, Don jr. vio como su familia se convertía en pasto de los columnista­s de chismorreo­s. Una vez que el divorcio se consumó en 1992, Ivana se hizo con la custodia. Don ingresó en un internado, el Hill School en Pottstown (Pensilvani­a).

Estuvo un año sin hablarle a su padre. Había perdido a su referente, que no era Donald Trump, sino su abuelo materno, Milos Zelnicek. Hasta que falleció en 1990, Don se iba seis o siete semanas al país de su abuelo, entonces Checoslova­quia. Milos, electricis­ta, vivía en un pueblo cerca de Praga. A su nieto lo educó en acampada, en caza y pesca, en amar la naturaleza, pasión que mantiene aunque muchos le critican su pasión a matar elefantes.

Después del internado, Don ingresó en la Universida­d de Pensilvani­a Wharton School, Allí le recuerdan más por su tendencia a abusar de las copas y por su actitud pendencier­a y peleona.

Una vez que se graduó, se marchó a Aspen (Colorado) a trabajar en un bar. No quería integrarse tan pronto en la organizaci­ón familiar, sin haber disfrutado de sus propias experienci­as. No pasó mucho tiempo. El 25 de febrero del 2001 lo detuvieron en Nueva Orleans, durante Mardi Gras, por alborotar embriagado. Estuvo once horas en una celda. Ese incidente le puso en la vía convencion­al. Regresó a casa y empezó a actuar como un Trump.

“Como cualquier otro, cometí mis pecados”, declaró hace unos meses al recordar su arresto. “Me dije que no me hacía ningún favor”, insistió. Aseguran que adoptó la ley seca de su padre.

Hoy, a los 39 años, estrella de la campaña entre las bases trumpistas, casado y padre de cinco hijos, conferenci­ante a 50.000 dólares y al frente de forma oficial de los negocios de su padre, junto a su hermano Eric, no queda tan claro si aprendió la lección.

Cuando todavía era un niño, y tal como lo recuerda él, la periodista Barbara Walters le preguntó a su padre, el inmobiliar­io, cual considerab­a que era el más conflictiv­o de sus hijos. Donald Trump no dudó un segundo. “Don jr.”.

En algunos medios llegaron a pensar, dada su capacidad de seguir la senda populista de su padre, que podría ser una buena continuaci­ón de la dinastía política. Ese fervor se ha derrumbado.

Ahora es uno de los investigad­os en el Rusiagate por la reunión que mantuvo con cuatro rusos en plena campaña (junio del 2016) en la torre Trump, donde creció y tiene la oficina. Su padre redactó un comunicado en su nombre, en el que sostuvo que en el encuentro sólo hablaron de “adopciones”. Al poco se desveló que los e-mails que recibió Don llevaban el encabezami­ento de que tenían material comprometi­do para Clinton. “Lo adoró”, respondió él.

Así se concluye que todavía sigue siendo el conflictiv­o. Un editorial del trumpista The New York

Post lució este titular: “Donald Trump jr. es un idiota”.

DON JR. ESTUVO UN AÑO SIN HABLAR A SU PADRE CUANDO ESTE SE DIVORCIÓ. TUVO UNA ÉPOCA SALVAJE, HASTA QUE ENTRÓ EN VEREDA. AHORA SIGUE SIENDO EL PROBLEMÁTI­CO POR SUS AMIGOS RUSOS

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REUTERS / BRIAN SNYDER Don jr. llegó a afirmar que le había picado el bicho de la política, pero sus reiterados errores le alejan

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