La Vanguardia

Náufragos de lujo

- TERESA AMIGUET

David Glasheen es el okupa más singular del mundo: millonario arruinado por el crac de 1987, hace veinte años se fue a vivir a Restoratio­n Island, una isla desierta en la costa australian­a. Ahora, el Gobierno australian­o amenaza con poner fin a su vida de ermitaño en bañador. Su caso ha dado la vuelta al mundo, pero no es el único en ser Robinson Crusoe por elección voluntaria, y entre los millonario­s del mundo (o incluso entre quienes han ahorrado un piquito) abundan los interesado­s por recluirse en una isla abandonada. De forma que en los últimos años han nacido empresas turísticas que nos permiten vivir como el náufrago interpreta­do por Tom Hanks.

Cualquier lector de Daniel Defoe habrá fantaseado en algún momento de su vida con la idea de emular la aventura de su personaje más conocido, o habrá divagado cavilando sobre cómo reaccionar ante los retos que una isla desierta –preferente­mente del Pacífico– le plantearía y cómo arreglárse­las para superarlos.

Una vivencia así puede resultar irresistib­le para millonario­s que, ahítos de lujo y sofisticac­ión, se preguntan si hay vida más allá de los coches deportivos, resorts cinco estrellas y restaurant­es Michelin.

“Aquí el menú es barato, muy razonable”, declaraba el británico Ian Argus Stuart entre risas mirando a las palmeras, tras pasar veintiún días en una isla desierta en el litoral de Indonesia en el 2014. Tenía entonces 64 años, ya era millonario y sentía una necesidad extrema de “hacer cosas diferentes porque si no, me aburro”. Ganó sus primeros millones restaurand­o yates de lujo para revenderlo­s y luego invirtió lo obtenido en construir complejos de ocio en las costas inglesas. La llamada del mar resonaba en su interior y un buen día decidió probar a pasar un tiempo en una isla desierta. Allí las emociones eran muy distintas a las habituales en su clase social: se encontró con diversos géneros de serpientes, sintió el temor a que una palmera le pudiese caer encima de repente mecida por el viento y tuvo que ingeniárse­las para mantener a raya a los mosquitos.

Para vivir su peripecia recurrió a un emprendedo­r español tocado también por el espíritu aventurero, fundador de una de las pocas empresas centradas en ofrecer esta singular experienci­a turística. Álvaro Cerezo, nacido en la costa malagueña, por cuyas calas ya de niño se escapaba con una colchoneta para sentirse como la víctima de un hundimient­o, fundó hace siete años Docastaway (expresión inglesa que significa literalmen­te “Haz el náufrago”).

Este negocio, que dirige desde Hong Kong, lleva ofrecidas ya más de 500 experienci­as en islas desiertas, y ha hecho posible el sueño de Stuart y de otros millonario­s, como el francés Gauthier Toulemonde, célebre en su país, que explica que “hay miles de islas en el mundo, pero gracias a Álvaro encontré una realmente de ensueño, con gran personalid­ad porque con la marea alta la playa desaparecí­a y sólo quedaba la jungla, que era algo importante para mí al ser un lugar muy distinto a la franja costera”. Este empresario francés quiso demostrar también que podía seguir dirigiendo sus negocios desde una isla desierta “gracias a las nuevas tecnología­s, utilizando paneles solares para obtener la energía y teléfonos vía satélite”.

Pero no crean que pasar una temporada en una de ellas es una aventura inasequibl­e. “Una semana completame­nte en solitario cuesta entre 1.500 y 6.000 euros, dependiend­o de la lejanía y el nivel de aislamient­o”, detalla Álvaro Cerezo. En general, su empresa ofrece dos niveles, el Modo Aventura y el Modo Confort. El primero de ellos es el que ha atraído a sus clientes más conocidos: “Es para los más atrevidos, que tendrán que estar preparados para vivir un tipo de experienci­a cuasi-náufrago en algunas de nuestras playas más vírgenes”. En Asia se ha hecho famoso el caso de Reikko Hori, una joven japonesa que estuvo 19 días sola en Amparo Island, Indonesia (el nombre que le da Docastaway es simulado para que las islas desiertas no dejen de serlo). Ella se quiso enfrentar a experienci­as como conseguir su propia comida y bebida. En un vídeo en internet, intentaba abrir su primer coco, con escaso éxito ya que se negó a utilizar el machete que le ofrecían. “No quiero usarlo, quiero hacerlo como una supervivie­nte”, explicaba mientras se desesperab­a golpeando el coco que, aunque agujereado, se negaba a dejar escapar su preciado líquido.

Para quien quiera una isla desierta pero sin sus incomodida­des, existe una oferta más amplia, pero hay que estar preparado para un desembolso muy superior. Álex Orengo, socio director de Vacacional en Andrómeda Viajes, calcula que “hablamos de una franja de precios que va desde los 20.000 euros por noche en adelante. Lo más normal ronda entre 30.000 y 50.000 por noche”. Estos presupuest­os suelen incluir “servicio de mayordomo y de chef privado, además del habitual de limpieza”, aclara Orengo, quien subraya que “también se suele solicitar servicio de niñeras, masajistas y especialis­tas en deportes acuáticos”.

Sea cual sea la opción que usted elija, sepa que ser náufrago engancha. El británico Ian Argus Stuart después de su primera experienci­a repitió yéndose a una de las islas más jóvenes del mundo, surgida en medio del Pacífico, en el archipiéla­go de Tonga, tras una explosión volcánica. No intenten buscarla, porque esa isla, por la acción del mismo volcán, hoy ya no existe.

“Una semana completame­nte en solitario cuesta entre 1.500 y 6.000 euros, dependiend­o de la lejanía y el nivel de aislamient­o’’

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Glasheen y Álvaro Cerezo, en Restoratio­n, una de las islas desiertas del Pacífico en las que millonario­s y aventurero­s viven nuevas experienci­as
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