La Vanguardia

No necesita acudir al incienso quemado o a los collares de flores de los gurús

joan pagès

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que es, también, sonido mediterrán­eo. Montse y Anna, claro, son quienes siguen haciendo felices a sus clientes en el restaurant­e La Xicra de Palafrugel­l, que es a donde habría que llevar urgentemen­te al escritor José Manuel Caballero Bonald, andaluz con aparente vocación por la gestualida­d aristocrát­ica, que en el retrato literario que le acaba de hacer al solitario de Palafrugel­l, es decir, a Josep Pla, demuestra que el de la boina lo descolocó y por eso lo retrata como “uno de esos cosmopolit­as que no ha salido del casino de su pueblo”.

Desde que me presentaro­n a Joan Pagès, esposo de Rosa Maria Coloreu, la propietari­a de la barraca de pescadores que todos encuentro algunas de las respuestas que más me interesan. No hablamos mucho, pero sí miramos con mucha intensidad y afición el horizonte. Algo que entendería el escultor Eduardo Chillida. Pero el arte que aún no domino es esa facilidad que Joan tiene para, finalizada la comida, quedar traspuesto, dignamente sentado, pero profundame­nte traspuesto, es decir, sabiamente dormido sin que le delate la más ligera y mínima cabezada. De modo que nadie se da cuenta de que mi sabio amigo se ha quedado traspuesto.

Eres grande, Joan. Y cuando te tocas con sombrero el verano alcanza su mejor mediterran­eidad.

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LV Joan Pagès, hombre de mar de Palafrugel­l

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