Francia ensaya la fusión de los museos con los chefs
Los museos franceses inventan estrategias para sacar sus fondos. La última, invitar al chef escultor Alain Passard a escoger a su gusto y modificar con su propia obra el espacio
Da Vinci no sólo pintó La Última Cena sino que, como maestro de banquetes de la corte de Sforza, supervisó centenares de comidas. En sentido inverso, un cocinero de culto pero también escultor, Alain Passard, con tres estrellas frente al museo Rodin, de París, fue invitado por el palacio de Beaux Arts de Lille a puntuar con esculturas y acuarelas suyas un recorrido en el que obras del museo, organizadas a su gusto, transforman la visita. Y sobre todo, el visitante paga sin que el museo invierta gran cosa.
No es un hecho aislado: una revolución francesa del siglo X XI guillotinó el poder exclusivo de conservador es y comisarios y el mecenazgo, también solitario, del Estado. Es decir, la excepción cultural francesa cedió a la crisis económica. Paradójica, la inflación del mercado del arte gravó las exposiciones con el lastre de seguros cada vez más caros.
En ese panorama, los museos propulsan la imaginación al poder. El Louvre y el Pompidou –que hace rotar cada dos años su exposición permanente– inauguraron sucursales rentables en Francia y el extranjero; el Picasso financió sus reformas con el alquiler de sus fondos a múltiples exposiciones (siempre hay una Picasso en algún punto del mundo); el de Orsay se anuncia en el metro, con el reclamo de El origen
del mundo que aún provoca. Los más modestos, inventan. Beaux Arts de Rouen invitó al público a escoger las obras que deben salir de la reserva. Por internet, 17.000 votos escogieron, el 2016, las dos decenas de cuadros para una exposición. La Piscine, de Roubaix, que cultiva el patrimonio artístico e industrial, especialmente textil, creó unas cajas para identificar, al tacto, tejidos de su colección. En Tours, tras visitar el Centro de estudios superiores del Renacimiento se puede ver y oír la liturgia y la música de la segunda mitad del siglo XVI, restauradas por el centro. El canje también funciona. El Museo de Caen cambió durante un año su mayor atractivo, El casamiento de la Virgen, del Perugino, por Cena en Emaús, de Caravaggio, su equivalente del museo milanés de Brera.
“En el 2002, durante la visita privada de una exposición de Orsay, de la que era comisario, conocí a Passard y descubrí su interés por el arte, en el que, me dijo, se inspiraba su cocina, al mismo tiempo que una verdura le pedía hacer un collage y un crustáceo, esculpir”. Tres lustros más tarde, ya director de Beaux Arts de Lille, Bruno Girveau deciTratándose dió que Passard fuera el invitado de Open Museum, paréntesis veraniego que cede el museo a un creador de otro ámbito.
Así, tras los músicos de Air, el personaje Donald por el colectivo InterDuck y los dibujos de Zep, ídolo suizo de la historieta, el equipo de Lille optó el 2017 por Passard.
de Francia no hay que excluir el gusto por los privilegios. Air, el dúo de Versalles que impuso su música electrónica en medio mundo, Zep, InterDuck o Alain Passard son figuras en su sector. Pero hacer y deshacer en un museo es atractivo. Y drena un público nuevo, de la electrónica, la historieta o la gastronomía. “Todo es cultura”, proclamó hace un cuarto de siglo el ministro Jack Lang.
Por ejemplo, las veladas Museum Live, gratuitas y reservadas a los 1830 años, del Pompidou parisino, que pueden ilustrar con música, y ante Magritte, una charla de filosofía, “para que las artes interactúen”. O una velada de disfraces con el dandy como tema –el atuendo abría las puertas–, anzuelo de la exposición Oscar Wilde el impertinente total, para renovar el público del Petit Palais parisino. Y los dos mil asistentes, escapados con galera y bastón o miriñaque, de un cuadro de finales del XIX, se vieron reflejados en unas colecciones que allí estaban desde siempre, sin haberlos atraído antes.
“A Passard le inspira el arte al mismo tiempo que una verdura le pide hacer un collage, y un crustáceo, esculpir”