Cuatro hombres y un destino
Con apenas siete meses en el cargo, Donald Trump ya ha demostrado fehacientemente lo que era una sospecha generalizada desde el mismo momento en que se presentó a la presidencia, a saber, que no está a la altura de tan alta responsabilidad. Inconsistente en la formulación de las políticas e incapaz de gestionar los vericuetos del Congreso –su único logro ha sido elevar al Tribunal Supremo a un magistrado de su elección–, sigue sin reconocer nunca un error ni admitir una rectificación, pese a que de estas, afortunadamente, ha habido muchas.
Pero, probablemente, la característica más sorprendente de Trump en una persona que formalmente dice dedicarse a la política es exigir a sus colaboradores una lealtad que él no presta a nadie, con la posible excepción de los miembros de su familia. De ahí el carrusel de destituciones y ceses que han caracterizado estos 200 días mal contados de su presidencia. Y, sin embargo, como cualquier primer mandatario de un país democrático, Donald Trump necesitará tarde o temprano cómplices y aliados, especialmente si su base electoral se resquebraja y sus problemas con la justicia se acrecientan.
Por supuesto, ninguno es tan importante como su vicepresidente, Mike Pence. A diferencia de sus tres antecesores, Pence carece del intelecto de Al Gore, del maquiavelismo de Dick Cheney o del instinto político de Joe Biden, pero representa como pocos el alma del Partido Republicano, esa conexión con el electorado que ha conferido a esa formación el control de ambas cámaras del Congreso y el dominio de la mayoría de los gobiernos estatales. Hoy por hoy, es obvio que nadie tiene más probabilidades de convertirse en el próximo presidente.
El segundo personaje crucial para el futuro de Trump es el speaker (presidente) de la Cámara de Representantes, Paul Ryan. Ryan y Trump deben remar juntos para que las mayorías republicanas en el poder legislativo se traduzcan en leyes y lo cierto es que el balance actual es desolador, no se ha desmantelado el Obamacare, la reforma fiscal duerme el sueño de los justos y nunca más se supo del plan de infraestructuras. A finales de septiembre el Congreso debe autorizar el aumento del techo de la deuda, a cambio de lo cual los congresistas más halcones desde el punto de vista fiscal quieren recortar el gasto social. La resultante en caso de desacuerdo puede ser un cierre parcial del Gobierno federal, que sería muy nocivo para Trump, pero probablemente fatal para Ryan.
Con 80 años y un tumor cerebral inoperable, John McCain vive probablemente sus últimas semanas en el Senado, cuerpo al que pertenece desde 1987. Humillado en la campaña electoral del año pasado por Donald Trump, que se permitió menospreciar su papel heroico en Vietnam, ha demostrado que la venganza es un plato que se consume frío, emitiendo el voto decisivo que pospuso sine die la derogación del Obamacare. Igual que Ted Kennedy se erigió en la conciencia liberal del país a finales de la primera década del presente siglo, John McCain representa ahora la excelencia moral de un conservador con principios, en marcado contraste con el sujeto que ocupa actualmente la Casa Blanca.
Finalmente, hay que citar forzosamente a John Roberts, presidente del Tribunal Supremo. Si un día la Cámara de Representantes logra aprobar cargos de remoción (impeachment) contra Donald Trump, el Senado se constituirá en tribunal para enjuiciar al presidente, pero la presidencia del tribunal recaerá en John Roberts. De filosofía conservadora pero no sectaria, John Roberts emitió en junio del 2012 el voto decisivo (5a 4) que declaró que la reforma sanitaria de la Administración Obama, el famoso Obamacare, era constitucional.
Cuatro hombres y un destino, el futuro de Trump.
McCain representa ahora la excelencia moral de un conservador con principios, en contraste con Trump