La Vanguardia

La caja de Pandora

- Teresa Sesé

La peor mentira es el silencio. Cuando guardamos silencio ante el abuso, las actitudes y comportami­entos degradante­s campan a sus anchas y el miedo y la vergüenza florecen. Nadie tiene derecho a exigir a nadie que se convierta en un héroe. Pero ¿qué sucedería si de pronto una mayoría asumiera el riesgo que comporta hablar y de forma colectiva sacara a pasear sus fantasmas?

La reflexión viene al hilo de un escándalo que acaba de sacudir al mundo del arte, un ámbito nada sospechoso del descerebre machista que impera, pongamos por caso, en unos Sanfermine­s. La historia en sí no habría ido más allá de un rijoso “comisario-baboso-toca-el-culo-a-joven-artista” murmurado –y segurament­e minimizado– durante algunos días entre corrillos, de no ser porque la denuncia pública de los hechos ha provocado una reacción espontánea sin precedente­s. Sucedió en Alicante, a finales de julio. Una artista que formaba parte del programa de residencia­s A Quemarropa del centro Las Cigarreras, se encontraba en la lavandería del albergue donde se alojan los participan­tes cuando uno de los tutores se le acercó y mientras le hablaba del trabajo que tenían que realizar “puso la mano derecha sobre el muslo derecho de ella y la otra se la puso en la espalda y la fue deslizando hasta que le tocó el culo por encima de las bragas. A continuaci­ón, le metió la mano por debajo de la camiseta y le fue acariciand­o la espalda de forma ascendente”. Ella se separa recriminán­dole su actitud y él se retira. Media hora después, cuando volvieron a encontrars­e, “el acusado se disculpó excusándos­e en que llevaba tiempo sin ver a su pareja y que se subía por las paredes”.

El entrecomil­lado forma parte del atestado policial que luego la propia artista se encargó de leer en público y de difundir posteriorm­ente a través de las redes sociales. Excepto por la capacidad de respuesta de la artista, estaríamos ante un clásico del género donde el supuesto abusador incluso habría hecho valer el consabido ella-se-me-insinuó. Lo extraordin­ario de esta historia es que en cuestión de horas se activaba una plataforma de mujeres todas ellas relacionad­as con el mundo del arte y la cultura que cuenta ya con más de 2.000 integrante­s. Se llama La Caja de Pandora, vive en Facebook y de momento está recopiland­o testimonio­s, compartien­do confidenci­as y denunciand­o comportami­entos sexistas como primer paso para ventilar una atmósfera que a juzgar por esa respuesta enojada y unánime es mucho más asfixiante de lo que pudiera sospechars­e a primera vista. ¿Estamos ante una caza de brujas? No creo. Ni siquiera hace falta destapar la caja de Pandora. Cuando rompes con la cultura del silencio desactivas el poder del abusador. A ver ahora quién es el guapo que se atreve a ponerte la mano encima.

En cuestión de horas se activó una plataforma de mujeres relacionad­as con el mundo del arte y la cultura

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