Lindsay Kemp, de verdad
Gustó el reencuentro. En Cataluña, Lindsay Kemp es un mito debido al que fue un espectáculo inaugural, Flowers, esa “pantomima para Jean Genet” que se presentó en Barcelona en 1977, cuando la ciudad se abría como una flor pagana a la luz libertaria del momento. Era su primera actuación en España. Y cuentan que en el teatro estaban artistas como Ocaña, Copi y Nazario, entre la plana mayor de la Barcelona transgresora de entonces. La luminosa pantomima de Kemp rompía con muchas convenciones establecidas, respiraba libertad y, sobre todo, ofrecía algo que hoy no ha perdido, pese a los casi ochenta años del creador escénico, esa especie de luminosidad jubilosa, de sinceridad expresiva, conseguida con una gran sencillez de medios: la mirada, el gesto, la ropa, la luz. Su alquimia pervive aún en la actitud juvenil del anciano que se subió el sábado al escenario del festival Porta Ferrada.
A lo largo de treinta años, en Catalunya se ha visto al Kemp director de escena. En Peralada, por ejemplo. Pero su presencia escénica tan personal ha estado ausente de los escenarios catalanes desde los ochenta. Quizás por ello, había expectación en Sant Feliu de Guíxols. Entre el público, se veían periodistas y críticos, pero también un novelista de esa Barcelona y poeta libertario como David Castillo, que aplaudió entusiasta el reencuentro. O estaba también el coreógrafo y bailarín Javier Martínez, codirector de la compañía Mar Gómez, fiel a la cita con quien fue uno de sus principales maestros, colaborador también en la dramaturgia de una de las piezas de la compañía catalana. ¿Resistió el mito de Kemp tantas expectativas? La persona y su arte interpretativo, sí. El tipo de propuesta, en las piezas de sus colaboradores más jóvenes, no, algo naif o kitsch, según.
Pero en Kemp pervive una fuerza
Su alquimia pervive aún en la actitud juvenil del anciano que subió al escenario de Porta Ferrada
comunicativa extraordinaria, más expresiva todavía cuando hoy se reviste de fragilidad y asume la contención de su desnudez de medios. Además, pese a los 79 años, hizo gala de una gran movilidad. La pantomima de Kemp llega porque no es narrativa, sino plástica, poética y emocional. No intenta di-
bujar en el aire una acción, sino la emoción de un gesto, de un cuerpo que se apaga, del mundo multiplicado. Es lo que él cuenta de Nijinski en una de las piezas, de cuando quería ser Dios siendo humano, de verdad humano, dolientemente humano, y no la bestia sedienta de sangre que son tantos otros hombres que han renunciado a la lucha de ser mejores. Kemp parece cargar de humanidad el gesto más sencillo. Consigue ser flor, ser Callas, ser Nizhinski o ser mariposa con una sencillez extraordinaria.
Una de las mejores coreografías de la noche fue Fragmentos del diario de Vátslav Nizhinski. Nevó sobre el escenario del Teatre Auditori de Porta Ferrada. Nizhinski se debatía entre la claridad torturada de sus sueños y el mundo gris que lo rodeaba, encerrado en un manicomio, pero aún más encarcelado en esa Europa cruel que se precipitaba al vacío. El manicomio no dejaba de ser de juguete en medio de la cruel realidad manicomial de esa Europa. Luego, en la última coreografía, El ángel, Kemp parece entregar todo su amor al público. Conectó con los espectadores con la pureza de su mirada de niño, mientras con los brazos aleteaba lento, igual que si avivara el fuego de la seducción escénica. Cuando se dirigía así hacia la platea, acercándose a la boca del escenario, recordaba a una polilla que vuela alegre hacia el fuego. Kemp siempre se ha encendido en la llama de los espectadores.
¿Qué aporta hoy la sencillez de sus danzas? Verdad, más allá de las modas. Y entrega, ofrecida a los espectadores de Sant Feliu de Guíxols con idéntico entusiasmo que ha lucido a lo largo de su carrera en Nueva York, en Roma, en Barcelona, en Tokio o en París. En los años setenta y ochenta de Barcelona, en plena transición democrática, el teatro-danza de Lindsay Kemp representó lo mismo que las danzas libres de Isadora Duncan o la danza serpentina de Loie Fuller habían aportado a principios de siglo XX. La conjunción de libertad mental, movimiento, plástica y luz sobre un cuerpo reconocido como arma de reconstrucción masiva, capaz de empujarnos a importantes reacciones en cadena. El sábado fue emocionante reencontrarse con esta honestidad. La de un cuerpo, con todo lo que este contiene siempre de divino, que se quiere humano, perfectiblemente humano.